Los títulos, sean de lo que fueren, incluso los rótulos de establecimientos comerciales, siempre resultan interesantes; son variopintos como los pájaros exóticos, incluso pelirrojos; unos son verdaderos y otros falsos. Del título que encabeza este artículo, se dirá que es falso, pues la generosidad en cenas solidarias y de galas en beneficio de los pobres, abundan en los clubes sociales con ocasión de la Navidad; generosidad a raudales y nada de egoísmos, según parece. Otros dirán que el título es verdadero, pues con esas creencias funciona la vida social, así vivimos; luego, ha de ser verdad.
Cuando paseo por la ciudad, antes de tomar un café o comprar calcetines, negros o de colores, leo, entre otros, los siguientes rótulos de establecimientos: a un local de «complementos» llaman «El badulaque» y a un gimnasio «Sal si puedes». Y luego pienso: ¿Cuál será el criterio de los comerciantes para nombrar a sus locales? ¡Y qué de pistas sobre si mismos dan, qué indiscretos!
Y de los títulos paso a su parienta, la «titulitis», que es una patología propia de quienes no tienen ninguno título o, por el contrario, de los que tienen muchos. Para saber qué patología tienen los escritores de periódicos de papel, por ejemplo, basta con leer lo que ponen ellos mismos, después del nombre y apellidos, siendo eso un tipo de vanidad de las más vanas, pues a menos títulos más alardes.
Fátima Gordillo, que reúne muchos títulos pues es periodista, consultora y profesora de oratoria y teatro, acaba de escribir el libro Ensayo sobre las palabras (Ediciones Obelisco, en Octubre 2022), que en la página 29 escribe: «Nuestro lenguaje y nuestro pensamiento, por no decir nuestra mismísima conciencia, necesitan del otro para desarrollarse. Desde ese punto de vista, el egoísmo (en el sentido de alguien a quien no le importa nada que no sea uno mismo) no sólo es un defecto moral, sino una traba para el desarrollo cognitivo humano». Ese libro me recuerda a los que antes se llamaban «Los libros de oración». San Ignacio de Loyola ya se había preguntado: «Pues yo solo, ¿qué puedo hacer?». Y resulta que en las Constituciones del Santo de Loyola no aparece la palabra «comunidad»-. Otra paradoja jesuítica, como las del jesuita Jorge Mario Bergoglio.
Parece inconcebible: que una persona aislada en una torre de marfil pierda la cabeza por estar sola, y que, por el contrario, el trato con gentes, incluso retorcidas como sierpes, cure las mentes, plenas las gentes esas de meandros de complejos, inseguridades, y flatulencias, y siempre componiendo «maniobras orquestales en la oscuridad». ¿Será por aquello de la soledad que la depresión es una explosión del «ego»? ¿Será por ello que la depresión se cura con el altruismo? Es verdad que, para que un deprimido se haga altruista, el esfuerzo tiene que ser inmenso.
Es natural la delicadeza y cuidado necesarios al escribir el párrafo anterior, pero si lo escribo, es reconociendo la importancia y con el respeto a la terrible enfermedad mental. Fue Manuel Vicent quien dijo: «El don máximo de un escritor es la independencia, que únicamente se consigue estando solo». Y sin quererlo, Vicent explicó la esquizofrenia de los escritores.
Las luchas entre «lo mío y lo tuyo», que si el «todo para mí», que si lo «mío» es mejor que lo «tuyo», en todo ese tinglado lioso, volvemos para atrás, como en el «Parchís, al asunto de la propiedad, siempre de actualidad, más ahora por el libro reciente de Bobby (Robert) Lamb, de la Universidad de Exeter UK), que en estos tiempos escribió un libro sobre la tal. Gracias a ese libro recordé que los días 3 y 4 de mayo de 2004 se celebró en ella sede madrileña del Colegio de Registradores de la Propiedad un seminario titulado «La propiedad en la historia del derecho español (siglo XIX y XX)».
Aquel seminario fue dirigido por el fallecido Joaquín Varela, profesor entonces de la Universidad de Oviedo. Días aquellos inolvidables, ya que teniendo en cuenta que el mismo día 4, en el asturiano BOPA -valga la redundancia- apareció mi nombramiento como primer presidente del Jurado Autonómico de Expropiación Forzosa del Principado de Asturias. Privilegio sin duda, pues, por una parte, fui funcionario autor de muchas adquisiciones de propiedad, compartiendo alegrías y cobrando fes, y, por otra, leí los quejidos de los expropiados, clamando compungidos y compartiendo lloros por lo del justiprecio y la función social de la propiedad. Por lo uno y lo otro, no puedo, pues, ser ignorante de las cuestiones sobre ese derecho tan importante, en vida y hasta la muerte. A partir de ésta, la cosa cambia, es la herencia, queridos/as.
Me interesó en aquel seminario, la optimista ponencia del profesor Fernández Sarasola, titulada El Derecho de Propiedad en la Historia constitucional española, se puede leer: «La implantación del Estado social supuso encauzar el derecho de propiedad por nuevos derroteros, que alteraron si estructura, objeto, titularidad y contenido, hasta el punto de fundar prácticamente una nueva libertad, en la que el elemento «social»· relegaba los componentes «individualistas» del derecho de propiedad».
Flatus vocis o meros soplos de la voz o palabrerías que dijeran los juristas romanos. Más adelante explica Fernández Sarasola que «la función social de la propiedad» en la Constitución de 1978 determina que la propiedad no esté integrada en el «núcleo fuerte» de los derechos fundamentales (Título I, Capítulo II, Sección 1ª), lo que provocó que no haya recurso de amparo ante el Tribunal Constitucional por infringirse tal derecho. Los interesantes recursos sobre la propiedad ante el Tribunal Constitucional, incluido el salvaje de la expropiación de RUMASA, siempre fueron de Inconstitucionalidad (Ley), caso de las importantes sentencias, la STC 111/1983, de 2 de diciembre, sobre la Expropiación del Grupo Rumasa, o la STC 37/1987, de 26 de marzo sobre la Ley andaluza de Reforma Agraria.
Se me olvidaba indicar que las ponencias de aquel Seminario fueron publicadas en forma de libro en 2005, titulado Propiedad e Historia del Derecho, por la Fundación Beneficentia et Perita Iuris, fundación que como todas las tales, dedicadas a la beneficencia y caridades, tienen unos nombres bonitos. Las palabras «beneficencia y caridad» deberían constar en los títulos de las fundaciones, como bonitos son los rótulos de los Tanatorios, llamados, aunque con desgarro, unos «Virgen del Socorro» y otros «Virgen de los Desamparados», en Castilla y León, o muy bonitos los nombres de las compañías de seguros en caso de decesos, llamadas unas «La Previsora»y otras «El Porvenir». Lo último, lo más de moda, es ahora no poner nombres a las fundaciones, especialmente a las deportivas, para evitar así sonrojos y cachondeos por lo del dinero y lo del deporte, incluido lo del «federado».
Observará el lector/lectora lo que me cuesta centrarme. Cuesta y centro son dos palabras interesantes, evocadoras, como interesante es lo de cuesta y lo del centro, en Oviedo, pues al parecer, Dios los engendró separados, no como a Esaú y Jacob, mellizos y los de las lentejas. Leyendo a John Rawls, se comprueba que su teoría de la «democracia de propietarios» poco tiene que ver con la socialdemocracia o con el capitalismo del bienestar, el de Pedro Sánchez y el de Adrían Barbón, que consiste…
Continuará.
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