La hipocresía tiene mala fama, a pesar de tener compañías etimológicas nobles. Del verbo griego «krino» vienen también crítico y criterio. La hipocresía es como el café o el alcohol. Solo daña cuando se abusa de ella. En dosis adecuadas a todos nos gusta. Hipocresía acabó significando actuación teatral. No se es hipócrita cuando se miente, sino cuando se actúa. Y todos actuamos. Todos agradecemos al vecino con el que compartimos el ascensor que hable para evitar un silencio incómodo y que hable del tiempo, que es lo que no admite controversia. Todos aceptamos que nos pregunten qué tal, como si realmente les importara. Es grato que el Rector te desee feliz año, aunque no te conozca y realmente no pueda estar deseándote nada en serio. A nadie le gusta ruborizarse, porque no nos gusta tanta transparencia. Nos gusta una pantalla de ocultación. Somos actores y aceptamos fingir que ninguno está actuando. La vida sería demasiado intensa y punzante movida siempre entre verdades. Como el alcohol, un chute moderado de hipocresía hace más fluidas las cosas.
Y como con el alcohol, el problema es el abuso. El exceso de hipocresía en la vida pública, la ocultación permanente de la verdad en pliegues de intereses y de actuaciones espurias, la extensión del fingimiento al nervio de la dignidad humana y los secretos sostenidos por miedos difusos llegan a ser como una moña mal cogida: nos hace vociferantes, nos nubla la vista y no nos deja más visión de futuro que la de buscar dónde dormirla. En una semana en que se juntan el mundial de Qatar, el guirigay de la ley de solo sí es sí y el arranque de la bienintencionada Oficina C es difícil no desear ese punto intenso y punzante que dije que sería una vida siempre entre verdades.
El mundial de Qatar es como la sanidad de Madrid: a la indignidad se añade la hipocresía más espesa. La manifestación de Madrid señaló con contundencia la bajeza del Gobierno de la Comunidad, pero también avivó la hipocresía de fingir que solo ocurre en Madrid y que aquí no se nos cae la asistencia sanitaria como esos icebergs que se desgajan de los polos con estruendo. El mundial de Qatar es una ignominia. Se está insistiendo mucho en ello (a buenas horas, dijo con razón Klopp). Pero a la indecencia se le añade una hipocresía tupida y pegajosa, la de fingir escándalo por lo que ya ocurre de continuo, como si este mundial fuera una salida brusca del camino. Ya conocemos el mal cultural de asumir que una emoción intensa y respetable es un caudal en que se ahoga la ética común y naufragan valores básicos. Lo que se haga por amor, por ejemplo, no admite sanción ética. Así le pareció a Will Smith: siendo por amor, se puede exhibir intemperancia, violencia y machismo sin desbastar. La emoción del fútbol es parecida. El fraude fiscal, que nos deja sin médicos de urgencia, se ahoga en la grandeza de la pasión futbolera. Aún recuerdo aquella manifestación por Messi, casi apetecía apadrinarlo. El fútbol es uno de los reductos más obstinados del machismo más directo y procaz. Nadie se imagina a una mujer pitando un penalty en un R. Madrid ? Barça, ni lo que hubiera pasado en Sevilla hace unos meses si Lopetegui fuera mujer. Hace muy poco las bufandas del Sporting para niñas decían «Mi papá me hizo guapa, lista y cien por cien sportinguista». El fútbol es cosa de papás. El fútbol no es el ecosistema en el que un homosexual pueda serlo. Los bramidos racistas (impunes) son de museo. Los tráficos de dineros, los ententes mafiosos de clubes y organismos públicos, la opacidad y el apaño millonario están a la orden del día. Los palcos del Bernabéu son la Escopeta Nacional con muy pocos retoques. Como dice Javier Gallego, el fútbol es tan inviolable y opaco como el emérito. Es una monumental hipocresía concentrar la indignación en el indigno mundial de Qatar.
No estoy en condiciones de entrar en el detalle jurídico de la ley de solo sí es sí. Pero sí lo estoy de asfixiarme en las capas de hipocresía de las que se llenó el ambiente. Mucho rugido se oyó de quienes niegan que haya una forma específica de violencia hacia las mujeres (sí, hay madres que matan a su hijo y nos dejan el corazón en la garganta; pero además de ese y otros horrores hay una violencia con patrón característico que acaba con docenas de mujeres muertas cada año). Ahora, con las rebajas penales de agresores, esos mismos se arañan la cara de desesperación por la indefensión de nuestras niñas y mujeres al amparo de esta ley que no querían ver ni en pintura en ninguna versión. Irene Montero acusó a los jueces de prejuicio machista en la aplicación de la ley. Sin duda, es precipitada su intervención. Pero es gracioso ver al pesebre del Consejo General del Poder Judicial, caducado por el sabotaje de las derechas, clamando como inocentes mancillados por la independencia de la justicia. Ellos, nada menos. Y en estos tiempos donde vemos a Errejón, que no hizo nada, en el banquillo y a Esperanza Aguirre, que hizo de todo, luciendo el palmito; y donde se pueden hacer gratis todas las agresiones contra Pablo Iglesias, desde el asedio de bandas a su casa dirigidas sin disimulo por la organización fascista Hazte Oír, hasta chapoteos mafiosos del aparato del Estado con periodistas corruptos, pasando por las tropelías del juez García Castellón. Hay desmayos porque Montero llame machistas a jueces (que no tengo ni idea de si lo son), como si esta ley no fuera la consecuencia de que tres energúmenos machistas (los jueces Francisco Cobo, Raquel Fernandino y Ricardo González) hubieran insultado a la decencia con la miserable sentencia de la manada. Como si fuera tan raro que hubiera jueces machistas. Es también notable cómo se llenan todas las primeras páginas sobre una ley que podría (o no, ya dije que en este momento no lo sé) dejar parcelas de impunidad en delitos graves. Llevamos toda la vida viendo desfalcos de nuestro dinero, estafas y corrupciones sistémicas con leyes llenas de agujeros que lo cuelan todo. Qué hipócrita tanto titular para las posibles fisuras precisamente de esta ley.
También es un momento gracioso para que arranque la Oficina C (con un nombre sacado no sé si de James Bond o de Anacleto). Quieren poner a disposición de sus señorías la ciencia, para que estén debidamente informados de inteligencia artificial y salud, hidrógeno verde y cosas así. La intención es buena. Nada menos que no falte el conocimiento en las decisiones políticas. La hipocresía no está en la iniciativa sino en lo que la rodea. Justo ahora las fuerzas de ultraderecha, incluida buena parte del tejido de PP, hacen bandera del negacionismo y de la desconfianza del conocimiento. Hace poco oímos a Ayuso decir que creer en el cambio climático nos lleva al comunismo. ¿Quién puede pensar que lo que le falta es un puñado de científicos? Cualquiera que haya leído un texto legal se habrá dado cuenta de lo cargantes que son. Los textos normales se escriben para un lector que quiere entenderlos. Los textos legales se escriben para lectores que no quieren entender sino ganar un pleito. Detallan más las cosas para protegerse de la mala fe lectora y por eso son cargantes. Los políticos recurrirán a la ciencia como los demás recurrimos a los textos legales: para ganar. Nuestras derechas más. Extensas parcelas de su ideario requieren ignorar o desconfiar de hechos estudiados y sabidos. Será gracioso ver a la Oficina C en el vendaval de negacionismo facha y a políticos buscando con pinzas en la Oficina algún teorema que les sirva. Chorros de hipocresía se alimentarán de esa oficina inocente.
Cuando se agita la sartén que está en el fuego, hay un momento vigoroso en que crepita con fuerza lo que se esté friendo. Se necesita un período de verdades crudas, secretos a la intemperie e hipocresías descubiertas que hagan bramar la vida pública. No hablo de cualquier verdad y de cualquier secreto, todos los estados tienen secretos. Hablo de los secretos e hipocresías que se empeñan en proteger a España de los españoles.
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