Entre los hechos y la realidad está el significado, que es lo que permanece y da sentido a la historia de cada día.
Y ahí, tenemos que hablar de la violencia machista, una violencia estructural que surge de la propia normalidad que la cultura machista ha establecido y ha cargado de justificaciones para que sea interpretada como algo propio de las relaciones de pareja, no en el sentido de que sea una conducta obligada , pero sí bajo la idea de que puede suceder, y que si aparece es reflejo del «amor» y la preocupación que siente el hombre ante ciertas actitudes y conductas de la mujer que pueden afectar a la pareja o a la familia. Bajo esa idea, la violencia machista no se presenta con el objeto de dañar, sino de corregir algo que se ha alterado. Y consecuencia de este significado, la presentamos como un descontrol producto de personas con problemas con el alcohol, las drogas, alguna enfermedad mental o un trastorno psíquico. Sobre esta situación estructural, además, desde la normalidad, se lanza una estrategia de confusión que busca mezclar todas las violencias y reactualizar los mitos para seguir construyendo la realidad sobre el significado que ellos deciden.
El ejemplo más cercano lo tenemos en el asesinato cometido recientemente en Gijón por parte de una madre a su hija. Un hecho terrible que comprensiblemente levanta todo el rechazo hacia su autora. La crítica, es perfectamente entendible como parte de los sentimientos que se han visto afectados por unos hechos y unas circunstancias tan dolorosas como las que se han vivido. Ese no es el problema, lo que sorprende es la bajeza de quienes lo utilizan y lo instrumentalizan para intentar, una vez más, confundir y cuestionar la violencia contra las mujeres a través de una doble estrategia.
Por un lado, generar confusión sobre las diferentes violencias y tratar de reducirlas sólo a su resultado, a las lesiones que ocasionan y a la muerte para concluir que todo lo que termina en el mismo final tiene el mismo sentido, algo que es absurdo. Sería como afirmar que todas las hepatitis son iguales y deben tratarse de la misma forma, sin considerar si son tóxicas o infecciosas, sin dentro de estas son producidas por bacterias o por virus, y dentro de las víricas si están ocasionadas por un tipo de virus u otro.
Y por otro lado, presentar la violencia que llevan a cabo las mujeres como consecuencia de la maldad y la perversidad que la cultura les ha otorgado con mitos como el de Eva perversa o Pandora. En cambio, con la violencia que llevan a cabo los hombres ocurre lo contrario, ellos son los «buenos padres» que utiliza el Derecho como referencia para aplicar la ley, y por lo tanto, cuando agreden o matan es por el alcohol, las drogas o los trastornos mentales.
Pero nada de eso es casual y por eso la situación va más allá en la instrumentalización que hace el machismo para hablar de mujeres asesinas, y especialmente de madres que asesinan. Todo para atacar la Ley Integral contra la violencia de género y los avances en Igualdad. Una actitud que demuestra esa bajeza moral del machismo y su afán en escribir la realidad con el significado que los hombres han decidido.
Lo repetiré multitud de veces, la violencia es llevada a cabo por hombres y mujeres. Pero al final la historia se escribe sobre el significado que se da a los hechos, y para el machismo está claro, mientras que las madres asesinan desde su condición de maldad, los padres, que ya parten de la condición de «buena paternidad», lo hacen porque hay algo que les hace perder su bondad y control. Y eso, que es no sólo ser machista, sino ser mala persona, instrumentalizando un crimen en beneficio propio.
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