Estupendamente divinamente

OPINIÓN

Sáshenka Gutiérrez | EFE

15 oct 2022 . Actualizado a las 11:20 h.

En algún momento de finales del siglo XX la high class local se apropió de los adverbios acabados en -mente y sigue aferrada a ellos como si fueran una medalla con la que restregar los orígenes. Al frente del pelotón continúa Isabel Divinamente Preysler, que estos días volvió a hacer uso de esa careta lingüística en la última entrega del espectacular culebrón que es su vida y la de sus descendientes. El de la Preysler, con toda su increíble y fascinante peripecia vital, es el típico caso de realidad imposible, aquella que jamás colaría como guion de una película por inverosímil y tramposo. A su inaudita biografía personal e intransferible, con ese juego de parejas que transita entre el cantante melódico, el marqués terrateniente, el ministro socialista y el premio Nobel, se une ahora la versión millennial encarnada en su pluscuampija hija, dotada de un finísimo talento para decir barbaridades y que a los demás nos dé la risa con cotización al alza para la interdicta de a dólar la carcajada.

Solo un cacumen privilegiado disimulado entre muchos adverbios acabados en mente y varios súper-mega-osea pronunciados con los labios bien estirados y ese timbre gangoso marca de la casa sería capaz de colarnos un discurso tan reaccionario, repleto de indicaciones morales sobre lo que está bien y mal. El milagro es que todo ese arsenal piadoso se cuenta desde una de las familias más disfuncionales de España, si se les aplicara la misma plantilla que se nos endosa al vulgo cuando se acumulan los ex y para saber quién es el padre de quién hay que recurrir a una chuleta.

Recordemos una de las brillantísimas frases de Tamara Estupendamente Falcó, en este caso dedicada a resumir los motivos de la ruptura de su madre con Julio Iglesias: «Tío Julio le puso los cuernos y por eso mami tuvo que abandonar, porque tío Julio era incapaz de no ponerle los cuernos». Aunque puede que la sentencia definitiva, el resumen refinado de quién es Tamara y cuál es su mundo se la regaló a El País: «No me importa mucho caer bien o mal. Sé que Dios me ama». Un prodigio esta muchacha. Definitivamente.