
Nunca he podido evitar sentir compasión por Jeffrey Dahmer. Esto no es un obstáculo para sentir compasión por aquellas personas que tuvieron la desgracia de cruzarse con él. Todavía recuerdo algunos noticiarios en España que se hicieron eco del caso cuando fue detenido en 1991 y empezó a descubrirse el carrusel de horrores que escondía aquel hombre terrible que se empezó a convertir en leyenda como un sacauntos moderno.
Por aquel entonces la historia contada sobre Dahmer era superficial. Se recreaban los espantos y se hacía hincapié en su monstruosidad. Jeremy Renner interpretó al asesino en 2002. Hubo cómics de mal gusto sobre él, y también obras de arte como la excelente novela gráfica «Mi amigo Dahmer», además de toneladas de documentales que relataban los horrores perpetrados con la habitual truculencia falsamente informativa. Fuera del sensacionalismo, los que nos informamos mejor sobre su verdadera historia vimos las endebles costuras con las que se sostenía su vida y la torpeza, la maldad, el racismo y la homofobia de las autoridades que podrían haber detenido los ríos de sangre mucho antes de lo que lo hicieron.
El estreno de «Monstruo: la historia de Jeffrey Dahmer», la serie de ficción de diez capítulos de Netflix que narra la vida del carnicero de Milwaukee, ha venido cargado de polémica, como en su día ocurrió con la película sobre Ted Bundy de la misma plataforma, pero incomprensiblemente menos polémica que con la reciente serie de ITV sobre el asesino en serie británico Dennis Nilsen, interpretado por David Tennant, caso que tantos paralelismos tiene con el de Jeffrey Dahmer.
La serie creada por Ryan Murphy tiene como protagonista a un estremecedor Evan Peters respaldado por un sólido reparto que convierte este drama, pues no es una serie de terror, en una ficción perturbadora que se centra mucho en las víctimas y el impacto social que tuvo el caso, algo bastante común en las series sobre crímenes reales de Ryan Murphy. Las autoridades quedan muy mal paradas a lo largo de diez tensos, secos y duros episodios que prescinden en todo momento del gore y el sensacionalismo. Incluso se eluden ciertos momentos de su vida y se utiliza la elipsis constantemente. Apenas podemos ver durante una fracción de segundo el altar con partes de cuerpos de las víctimas, por ejemplo. La serie tiene un cuidado exquisito a la hora de exponer los sucesos y tratar a los personajes que tanto sufrieron, pero parece que hay quienes ven en todo esto una extraña romantización del asesino en serie. Un asesino sucio, alcohólico y caníbal no puede ser humano, ¿verdad?
Los malos de la vida real no tienen cuernos y rabo. La gente «mala» en realidad es tan humana como lo somos todos, y sus vidas son tan vulgares como las nuestras. Un asesino en serie sueña, come y ama como todo hijo de vecino, y en el caso de Dahmer, es más que evidente que su destrucción como individuo no llegó sola, aunque viniera dañado de fábrica. Puede que por dentro hubiera estado igualmente podrido de haberle socorrido cuando todavía estaban a tiempo, pero seguramente esto habría impedido que se convirtiera en uno de los asesinos en serie más famosos de la historia.
En cualquier caso, la mayoría de las críticas que he leído a la serie son de personas que no han visto la serie, lo cual es muy desconcertante. Evan Peters es guapo, lo que al parecer está mal, pero es que Jeffrey Dahmer era un hombre guapo, como lo fue Ted Bundy, y solo hay una manera de que sean encarnados correctamente en la pantalla. No existe romantización alguna en la serie por mucho que insistan, pero sí hay un empeño en humanizar al protagonista y su familia sólo superado por el tierno, respetuoso y desolador retrato que hace de las víctimas. La policía es retratada como un cuerpo negligente y casi mafioso cargado de prejuicios repugnantes. La serie se permite ciertas licencias, al fin y al cabo, es una ficción, pero la radiografía del protagonista y todo lo que le rodea es certera y no necesita ser muy explicita para resultar altamente estremecedora.
Es uno de los mejores dramas televisivos que he visto en años. Cuando me senté a ver el primer episodio no esperaba mucho de ella, pero caí rendido en cuanto la policía se sienta a hablar con el padre de Jeffrey, sobriamente interpretado por Richard Jenkins. Por supuesto, no es un tipo de ficción que agrade a todo el mundo, ni es obligatorio verla, e incluso se puede criticar sin haberla visto. Pero siempre he creído que la historia de una sociedad es también la historia de los crímenes cometidos por quienes la forman. Y ciertamente, no era necesaria una serie sobre Jeffrey Dahmer. En realidad, ninguna ficción es necesaria, ni tan siquiera las de Disney. Pero buena parte de las cosas que merecen la pena en la vida son innecesarias. Y la vida, a veces, es oscura y terrible. No podemos huir de esto, solo creer que lo hacemos.
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