
Cada 27 de septiembre empiezo el día más pronto, tan pronto que no se puede decir que sea de día. Todos los 27 desde hace años me despierto sobre las cinco de la mañana para ir a pasarle el pañuelo a los Mártires de Valdecuna. No sé cuánto tiempo llevo yendo, la verdad, pero sé que la primera de las veces aún estaba en el colegio y éramos tres.
Todo empezó cuando pidieron por mi madre a los mártires San Cosme y San Damián, así que desde ese año hasta que se murió ella no dejó nunca de acercarse al valle de Cuna y Cenera a pasar el pañuelo por la talla de los Santos y escuchar la primera misa antes de la aurora, a las siete de la mañana, que hasta este año que se jubiló (sí, los curas también tienen derecho al descanso) siempre oficiaba Don Manuel. Subíamos con la esperanza y la fe que nos brota cuando ya no nos queda otra cosa; pero que siempre fue sincera, porque no era tanto en el milagro sino en aquellos que pensaron en ella, en nosotros, cuando realizaron la petición.
Los primeros años, a esa hora tan temprana, subíamos en coche y el camino hasta la ermita estaba repleto de gente, no se cabía en la iglesia. Con el paso de los años la cosa fue aflojando, cada año menos personas, y ahora casi todos nos reconocemos las caras. La bajada de feligreses y romeros no sé si se debe a que ya no trabaja nadie y esperan a las doce con la procesión y la romería, a que ya no cree nadie y pasan de las tradiciones o a una mezcla de ambas. Quizá todas y ninguna. Hubo algún año que por una causa u otra no pude venir, pocos, pero siempre tuve una mano que me pasara el pañuelo. No creo que pasar el pañuelo por las imágenes sirva de algo, pero tampoco me quita nada. Crea poco o nada, mientras pueda quiero seguir viniendo aquí: los ritos y la tradición son importantes, porque nos dan la medida de dónde venimos y lo que somos.
Pese a todo esto que les cuento, jamás me quedé a la romería ni a la fiesta, la cuestión de ir tan temprano era para luego poder seguir con el día normal: trabajo, colegio o lo que fuese. Una romería de la que todo el mundo asegura que merece la pena vivirla, tan grande y mítica que quedará para siempre en los versos de Víctor Manuel: «Se van por la carretera /Cruzando cuna y cenera / Canta su pena el romero / Y la vieja su consejo. / Por San Cosme y San Damián / Cuidado niña temprana / No pases el maizal / No lo riegues con tus lágrimas. / Y la gente por el prado / No dejará de bailar / Mientras se escuche una gaita / O haya sidra en el lagar».
Para el próximo año volveré a Insierto, volveré a ver a 'Los Martirinos'. Hasta que eso llegue, el pañuelo, por lo que pueda pasar, descansará en mi mesita
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