El sábado de madrugada Federer se retiró del tenis profesional, y a todos los aficionados a este deporte nos arrancaban un cachito del corazón. A todos los que crecimos viéndolo a él, a Nadal, a Murray, a Djokovic nos caía encima todo el aplomo y los años en ese instante en que dejaba la raqueta y él y Nadal rompieron a llorar. Lloraban como niños, esos niños que algún día fueron y que jamás imaginaron, por mucho que su imaginación fuese muy productiva y activa, llegar a triunfar de la manera que lo han hecho. Una de las rivalidades más enconadas en la historia del deporte, la Némesis perfecta entre el uno y el otro, forjó estos genios. Se retroalimentaron de tal manera que el suizo no podía dejar las canchas de otra manera que no fuese jugando con Rafa a dobles; de esta rivalidad, ausente de grescas y líos, surgió una amistad fuerte y profunda, puesto que nadie los entiende tan bien como ellos mismos: FEDAL.
Se retira Roger Federer: el tenis hecho hombre. No el mejor palmarés, pero sí la mayor clase, plasticidad, elegancia y carisma que se ha podido ver en una cancha de tenis. RF parece un hombre, pero es un dios: apenas suda ni tiene callos en las manos, no empuña la raqueta, sino que la acuna entre su mano. Un dios que da el revés a una mano. Es carne y a la vez don.
Pese a perder frente al resto del mundo, esto no importó. Ojalá ese partido hubiese durado más horas, meses, incluso otros veinte años para poder disfrutar de la genial pareja compuesta por un suizo y un español. Este homenaje a Roger es un homenaje al tenis, porque son lo mismo.
Es una maravilla ver la evolución a lo largo de su carrera, como aquel joven rabioso y descarado fue encontrando su sitio y su juego, como aprendió a leer los partidos, hasta convertirse en el amor y señor de este deporte. El último vals en Londres, rodeado de los suyos, en su torneo y en un lugar que le adora.
Pero hay que recordar que no todo es virtuosismo, que con esto no basta, también hay trabajo, dedicación, sacrificio, lucha; muchas horas volcadas en un deporte tan duro y desgastante como el tenis, tanto a nivel físico como psicológico. ‘La Máquina’, como le llamaba Maradona, me ha hecho pasar tantos momentos felices viéndole que me es imposible no quererle tanto, uno sólo de sus reveses justificaba el tedio de vivir.
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