El mayor error que ha cometido Sanna Marin, la primera ministra de Finlandia, en todo el lío del vídeo y la foto de su fiesta privada ha sido acceder a someterse a un test antidroga. Hay una carga de machismo y de edadismo inverso en todo este asunto. Su gran pecado es ser una mujer joven. Una loca por pasárselo bien con sus amigos. No como esos políticos que se han paseado borrachos por medio mundo ejerciendo sus cargos en actos oficiales. Parecía simpático aquel Boris Yeltsin que se moría de la risa al lado de Bill Clinton. Sí, el mismo gracioso que repartió entre unos pocos los gigantes energéticos del sector público ruso dando lugar al sistema de oligarcas que tantas alegrías ha dado al mundo. Ese señor afable que apadrinó a Vladimir Putin. Pero nadie le exigió controles. Ni de ciertas sustancias cuestionables ni de cuestiones sustanciosas (como la corrupción). Tampoco tuvo que presentar resultados médicos Jean-Claude Juncker, aquel presidente de la Comisión Europea que se tambaleaba hasta en la cumbre de la OTAN ante los presidentes y los primeros ministros de medio planeta y que decía que su extraño caminar se debían a una ciática traicionera. Y Boris Johnson cayó porque sus celebraciones tuvieron lugar en pleno confinamiento y, además, mintió varias veces sobre ese asunto y otros. Cabe recordar, además, que la prensa inglesa publicó que se encontraron restos de cocaína en 11 de los 12 lavabos del Parlamento británico. Casi pleno. Ningún ilustre diputado tuvo que aportar pruebas para demostrar que estaba limpio. Tampoco Maduro después de decir que Chávez se le apareció en forma de pajarito. Ni Trump.
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