Aquellos papás y mamás que no estén pasando por su mejor momento, ándense con cuidado. Agosto es un mes que lo carga el diablo. El estrés merodea alrededor de los progenitores e hijos las 24 horas del día los siete días de la semana. 24/7, como se dice ahora, que para aquellos que no lo sepan, yo lo deduje como quien dice antes de ayer: significa 24 horas al día, siete días a la semana.
Llegas a finales de julio y te las prometes felices. Playa o montaña. Footing o bicicleta. Y al final, como todos los años, bronca diaria con la pareja, ya que esos locos bajitos, como diría Joan Manuel Serrat, no han dejado ni un solo minuto de, por decirlo más finamente, fastidiar con la pelota. Después de advertirles muy civilizadamente que eso no se dice, que eso no se hace y que eso no se toca, uno o una se estresa y suelta un grito que hace encenderse una mecha que en muchos casos ya no se apagará jamás.
Y el 1 de septiembre, muy temprano, visita al abogado matrimonialista, el cual a las 12 horas de esa misma mañana ya no puede dar citas hasta diciembre, dado el aluvión de llamadas recibidas solicitando una consulta para empezar con un divorcio. O sea, que el letrado hará su agosto en septiembre.
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