Allá por 2004, Carod Rovira fue por unos días Presidente en funciones de la Generalitat, al estar Pascual Maragall de viaje oficial. Con tales galones, mantuvo por su cuenta y riesgo unas conversaciones directas con ETA que armaron un buen revuelo político. En una de sus viñetas, Peridis ponía a Maragall airado llamando melón a Rovira, mientras Rovira se excusaba diciendo que es que en aquellos días él era el presidente de una gran potencia mediterránea. Peridis mordía en ese narcisismo desmesurado que se deja ver en la vida pública. Algo así debió pasarle el otro día a Almeida con la dichosa broma de los humoristas rusos. El hombre se vio llamado por el alcalde de Kiev, en esta guerra que está en las agendas políticas más importantes del mundo, y debió sentirse, no como el presidente de una gran potencia mediterránea, sino como el representante de todas las potencias mediterráneas y atlánticas. Almeida, buscando mantener la mejor sintonía con su importante interlocutor, fue subiendo sus desvaríos políticos a medida que el humorista aumentaba el desbarro de su discurso. La altura de la representación de las potencias mediterráneas y atlánticas hacía difícil reconocer el embuste, así que el sainete alcanzó niveles de esperpento.
La cuestión no es la inocencia con que Almeida se dejó ridiculizar. Se destacaron estos días algunas perlas del diálogo. Mientras creía ser un alto representante político hablando con el alcalde de Kiev, dijo encantado y en tono oficial que había que deportar a Ucrania a los ucranianos refugiados aquí para que cumplan con su deber en la guerra. Y se unió también con alegría a los denuestos bélicos del falso alcalde llamando bastardos a los rusos que viven en España. No habría que mencionar el incidente si la cosa se redujera a la acreditada cortedad de Almeida. Pero hay algo que llama la atención en esta guerra: la alegría y la cantidad de soldaditos low cost que genera. Hay gente en España movilizada contra el asedio israelí a Palestina o contra la ocupación del Sahara por Marruecos. Son causas de tendencia perdedora y los que se manifiestan al respecto lógicamente no lo hacen con alegría ni con acentos bélicos. Es lógico que la brutal invasión rusa produzca la misma indignación. Pero es también una causa de tendencia perdedora. No es esperable que esto acabe replegándose Rusia con el rabo entre las piernas. Cualquier acuerdo imaginable le dará algo a Rusia que antes no tenía, mantendrá o aumentará la influencia rusa en Europa (ojo a las elecciones italianas) y dejará alterados los ejes internacionales. A pesar de ello, hay un montón de soldados de pacotilla, con certezas como piedras de las que muelen los riñones, gritando «por Ucrania», «a por los rusos» y creyendo que sus alaridos son la espada de la verdad contra el tirano. Tal excitación jubilosa no se alcanza solo por tener certezas. Es la tontuna del mequetrefe que se cree en el bando del matón del recreo. Creen que una guerra que golpea a la energía y la alimentación es una gracia en la que no vamos a perder nada. Y ahí estuvo Almeida, sin levantar un palmo de inteligencia ni moralidad por encima de esos soldaditos bobos, llamando con júbilo bastardos a los rusos que viven aquí y clamando por repatriar a refugiados ucranianos para que vayan al frente. Qué gozada tener razón.
Por eso, la cosa va más allá de Almeida, por circense que haya resultado su caso. Borrell insistió en que si te tiran bombas necesitas armas para defenderte y no diálogo, salvo que la paz consista en la rendición. Quién puede dudar de semejante evidencia. Pero no estaría mal saber qué más que mandar armas, con el entusiasmo de Almeida y el arrojo de los soldaditos low cost, y qué más que las acciones normales de guerra (embargos y similares) están haciendo nuestros gobiernos, qué canales diplomáticos se están activando y a qué actores internacionales que puedan influir se les está dando algún papel.
También fue llamativo, y de nuevo ojalá el problema se redujera a su falta de luces, la normalidad con la que Almeida chapoteaba en el derecho internacional sobre refugiados jugando a que se puede mandar a los refugiados a la guerra de la que huyen y que él tiene autoridad para ello. Pero esto de salirse de los renglones de la ley, de la democracia y de la decencia ni empieza ni termina en Almeida. La democracia es demasiado políticamente correcta y demasiado agobiante para los ricos y sus enviados políticos en la Tierra.
En los sistemas y las conductas colectivas hay retroalimentaciones negativas y positivas. La retroalimentación negativa mantiene el equilibrio el sistema e impide que cambie. Es el caso de los termostatos, que hacen que la calefacción se apague cuando está subiendo el calor de la sala. En la retroalimentación positiva se intensifican mutuamente los efectos del sistema y los estados del sistema que provocan esos efectos. Es la que hace que cuantas más cervecerías haya en una zona más gente vaya a la zona y la afluencia de gente anime a que se abran más cervecerías. La retroalimentación positiva provoca cambios y muchas veces descontrol. Es la que hace chirriar los micrófonos y la que provocó escasez de papel higiénico por el ciclo descontrolado de impulso acaparador que provocaba una escasez que aumentaba el impulso acaparador. Los cultivadores de bulos y odios consiguieron un momento de retroalimentaciones positivas fáciles, donde no hay argumentos, sino réplicas y contrarréplicas que se realimentan como se realimenta la señal que provoca chirridos en los micrófonos. Aún no sé si Felipe VI se levantó al paso de la dichosa espada, pero en pocos escarceos se llegó a que Bolívar traicionó y asesinó a españoles (qué dirán de que los americanos hayan puesto el nombre de Washington a su capital) y que los críticos con el Rey son terroristas. Entró el hielo en el mismo ciclo que el papel higiénico y con los chirridos la gente se olvidó del frigorífico que tiene en la cocina. Ahora el toma y daca de la retroalimentación positiva convierte en problema de estado que los escaparates, que no el alumbrado público, se apaguen a las diez en un país donde hay tanta gente que no puede encender luz o calefacción (la pobreza energética sí es real). El efecto de la retroalimentación positiva favorecido por las redes sociales y la propaganda maliciosa es la distracción, la amnesia, la deformación de la realidad y la sordera en medio de las estridencias.
Por eso la escena de Almeida pateando el derecho internacional y el sentido común ni empieza ni termina en él, es el ambiente general y él es solo un ejemplo. Los chirridos borran los renglones y los límites de la democracia. Que se dispare esa retroalimentación positiva con facilidad significa que la situación es propensa a cambios. Los que nos dedicamos al lenguaje sabemos que los cambios rápidos y fáciles en las lenguas son inevitablemente divergentes. El peso de una norma es una fuerza conservadora que da a la lengua cierta resistencia al cambio. Cuando no hay ese peso, esos cambios fáciles y divergentes llevan a lo que ocurrió con el latín. En el siglo V se había fragmentado y ya no había latín sin que sus hablantes hubieran notado nada. Las situaciones propensas al cambio pueden ser muy innovadoras, pero también pueden ser el preludio de derrumbes. La democracia está siendo atacada. Estos ciclos de descontrol no los estimulan entre unos y otros. Son unos, perfectamente reconocibles. En EEUU amplios sectores republicanos hablan ya sin tapujos de armarse y ya se oyen aquí en el PP las consignas con las que empezaron. El descontento de cada vez más gente que pierde cada vez más, incluida esa legión de pobres que algunos no ven por ninguna parte, entra con naturalidad en el molde más ruidoso que contenga los acentos de denuncia más disonantes. Mélanchon parece haber entendido la situación en Francia. En Latinoamérica hay corrientes izquierdistas, ni castristas ni chavistas, que parecen haber respondido bien a la siembra del caos de las oligarquías. Que tomen nota aquí antes de tener un país de Almeidas desnortados.
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