La viruela del mono
OPINIÓN
La declaración de la viruela del mono como una emergencia sanitaria de trascendencia internacional realizada por la OMS el sábado pasado ha sido una decisión más política que técnica. De hecho, la mayoría del comité independiente de expertos que reúne la OMS para escuchar sus recomendaciones, con base en lo que estipula el Reglamento Sanitario Internacional, se inclinó por no hacerlo. Aún así, el director general de la OMS ha ido adelante en atención a presiones políticas, mediáticas y de autoridades sanitarias. Esto no hará ningún daño, pero tampoco significa ningún salto cualitativo ni un giro de timón en la estrategia de contención de los brotes surgidos desde mayo en países no endémicos. A lo sumo elevará el nivel de conciencia sobre el problema y la atención que se le preste que no es poca cosa. Pero la clave está en las actuaciones eficaces de salud pública a nivel de los países.
Recordemos que la viruela se erradicó de la faz de la tierra en 1978 y que en los ochenta se dejó de vacunar contra esta enfermedad. Lo que sabemos es que quienes estamos vacunados contra la viruela tenemos más protección ante la viruela del mono, hay menos riesgo por la memoria inmunológica cruzada. Y que quienes no han sido vacunados, esencialmente personas menores de 40 años, tienen un riesgo incrementado, pero que naturalmente depende de otros factores adicionales como su comportamiento sexual. Por ello vemos que la gran concentración de casos se produce en hombres de 20 a 40 años, en su gran mayoría que tienen sexo con otros hombres y que acostumbran a realizar prácticas sexuales grupales, chemsex o tienen una alta tasa de promiscuidad.
La enfermedad no afecta a toda la población de manera uniforme, aunque pueden perfectamente producirse contagios también en mujeres y niños. Pero debe quedar claro que no es necesaria la vacunación masiva ni debemos pensar que el virus flota en el aire y contagia a diestra y siniestra. El contagio es por contacto estrecho, piel con piel, por intercambio de fluidos corporales o por ropa de cama o toallas contaminadas.
No estamos ante una nueva pandemia, no estamos ante un fenómeno epidémico que vaya a comportarse como el covid-19. Debemos activar la alerta, pero no alarmarnos ni entrar en pánico. Hay que dimensionar los hechos y actuar de manera congruente. Estamos ante un problema de salud pública que hay que atajar, ante brotes epidémicos en poblaciones de riesgo en países no endémicos que han producido alrededor de 16.000 nuevos casos desde mayo hasta ahora y que debemos frenar cuanto antes para evitar la enfermedad se vuelva endémica en los países de Europa y Norteamérica que han sido afectados recientemente. Pero se trata de una enfermedad con baja severidad y letalidad y que no amenaza con producir colapso sanitario.
Para tener éxito en contener la viruela del mono hay que actuar sin ambages, hacerlo con contundencia. Hay que hacer una mucho mejor pedagogía social que la que se está haciendo. Es necesario, además, aislar plenamente a los casos durante tres semanas para que no contagien. Es imperativo comunicar con transparencia y sin estigmatización de ningún colectivo, con claridad meridiana. Sobre los comportamientos de alto riesgo sobre todo en torno a la actividad sexual grupal, promiscua y bajo el efecto de drogas u otras sustancias químicas, tal como lo está haciendo el Centro de Control de Enfermedades de los Estados Unidos de América. A ello hay que agregar que se debe identificar y rastrear a los contactos estrechos para detectar de manera temprana la enfermedad sin que lo impidan los tabúes relacionados con prácticas sexuales de alto riesgo. Es importante también, si se llega a tiempo, vacunar para impedir que se desarrolle la enfermedad en contactos estrechos y en profesionales sanitarios que atienden sin equipo de protección a personas afectadas. Está a nuestro alcance poder controlar estos brotes si actuamos de la manera correcta.
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