Hong Kong es una ciudad sin apenas monumentos. Tiene poco espacio y poca historia para eso. Es tan cambiante y desordenada que su única verdadera tradición es el caos. Por eso los hongkoneses tienen apego a cosas que en otras ciudades se considerarían solo aptas para la piqueta o el reciclaje. Como el Jumbo Palace, el gigantesco restaurante flotante de tres pisos que se había convertido en uno de sus símbolos y que desapareció esta semana en circunstancias un tanto misteriosas.
Cuando yo visité Hong Kong, en el siglo pasado, los restaurantes flotantes eran una estampa característica de la bahía de Aberdeen, donde se concentraban los tanka, el pueblo acuático que vive en barcazas. Se decía que había tankas que nacían, vivían y morían en esas lanchas teñidas de verde por las algas, sin llegar a pisar jamás tierra firme. Junto a sus villas de barcos y a los yates con las banderas corporativas de bancos, y contra el decorado de rascacielos gigantes y tristes, se alzaban los restaurantes flotantes, balanceándose pesadamente como luchadores de sumo en las aguas color esmeralda, cubiertas una ligera bruma como de teatro. Salían mucho en las películas (William Holden come allí dos veces en La colina del adiós y en El mundo de Suzie Wong), pero los restaurantes flotantes eran más pintorescos que glamurosos.
El Jumbo Palace era el más pintoresco y grande todos. Lo había hecho construir en la década de 1970 el mítico magnate de los casinos de Macao Stanley Ho en la forma de un palacio de la dinastía Ming, con esa estética de restaurante asiático que sería imposible confundir con el minimalismo. Recuerdo el trono del dragón en el comedor y el mural del segundo piso, tan típicamente chino que lo había pintado un italiano. Y el salón de té, donde por las mañanas los camareros aburridos jugaban al mahjong. Allí iban los hombres de negocios y los turistas australianos a comer sopa de aleta de tiburón y, sobre todo, las langostas que nos miraban con fatalismo desde los tanques de cristal.
Entonces todavía ondeaba la bandera británica sobre Victoria Peak. Unos años después, el territorio pasaría a manos de China y, tras un brevísimo período de confianza, las cosas empezaron a empeorar en la antigua colonia. Alguna conexión secreta debía haber entre los restaurantes flotantes de la Bahía de Aberdeen y las libertades de Hong Kong porque entraron en decadencia al mismo tiempo. Y luego vino el golpe definitivo de la epidemia. En Hong Kong, donde son tan aficionados a la quiromancia y la adivinación, no se les habrá pasado desaperbido que era precisamente en el Jumbo Palace donde Gwyneth Paltrow contraía un virus misterioso que luego se extendía por todo el mundo en la película Contagio (2011).
El mes pasado empezó a caer a babor la barcaza que contiene la cocina del Jumbo Palace. Los propietarios intentaron deshacerse del restaurante incluso donándolo, pero nadie quería hacerse cargo del mantenimiento, y esta semana el Jumbo Palace zarpó de Hong Kong, no está claro con qué destino. Se hundió en el Mar de China al atardecer, quizás el primer caso en la historia naval de una marisquería que se va a pique literalmente. Los dueños culpan al mal tiempo, aunque los meteorólogos aseguran que el mar estaba como un plato. Sea como sea, Hong Kong está ahora de luto por su restaurante flotante, que, como las libertades de la ciudad, ha naufragado bañado en la luz ominosa del ocaso y ahora está a más de mil metros de profundidad, por fin conquistado por los peces que se han hecho con el Trono del Dragón del comedor.
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