A la derecha, camino del barrio de La Guía, paso previo a Somió, estaban «las cocheras» de la Compañía de Tranvías (los tranvías siempre fueron coches) y a la izquierda la plaza de toros (El Bibio). El prestigio de los toros en Gijón fue tal que a las autoridades en invierno se regalaban cestas de Navidad de La Argentina y en verano entradas para la Feria taurina de Begoña. Un tranvía pintado de amarillo, ya descolorido, y luego un autobús de ese color tan gijonés que es el rojo, circulaban por la que es hoy la Carretera de Villaviciosa, en dirección al puente sobre el río Piles y La Guía, junto al Puentín, merendero y sidrería.
Se podía ver, a la derecha, el impresionante Convento de Las Madres Adoratrices de Santa Micaela y del Santísimo Sacramento, con aspecto de cárcel, que tanto recordaba al convento hermano, el de las Adoratrices Oviedo, situado arriba en lo alto de la calle Sacramento, junto a la calle Muñoz Degraín, de cuyo convento que don Gonzalo, beneficiario catedralicio y natural de Toro, era el cura capellán, que decía las misas conventuales con derecho a desayunar a base de miel y de tortas de pan.
Siempre me pregunté cuál sería la educación que daban aquellas monjas rezadoras, contemplativas y de clausura, adoradoras al Santísimo, a las jóvenes allí encerradas, a las que vestían con ropas grises de criadas y con moños de recogimiento, pues, para las principales religiones, los cabellos largos y sueltos de las mujeres siempre fueron asunto de pecado. Monjas de negro, las Adoratrices, que nada tenían que ver con las monjas de La Asunción, cercanas por edificio próximo, mucho más elegantes éstas, pues eran de madre fundadora francesa, vestían de azul, olían las rosas y no sabían que los pétalos eran parte de los complicados genitales de las plantas. Decían las de la Asunción que las niñas de las que se encargaban eran de la clase fetén, no de la baja, como de hospicio, caso de las otras niñas, las de las Adoratrices.
Pasado el merendero El Puentín y el puentón del río Piles, el tranvía y el autobús paraban en La Guía, ya entonces enfrente de Casa Arturo y del Sol y Sombra. Ya no estaba ni el fielato con su par de bigotudos carabineros controlando ultramarinos ni la capilla dedicada a la Virgen de la Guía, desaparecida por sacrilegio en tiempos de guerra, para dolor de muchas beatas del barrio. Y ahora, gracias a muchos, a Paulino Tuñón y a otros santos varones, santificadores de cosas pequeñas, incluso minúsculas, La Guía ya tiene capilla; también gracias a don Pío, que fue párroco de Somió, y gracias a las monjas santas y simpáticas, llamadas Madres de los Desamparados y de San José de la Montaña, con palacio para acogidas. La capilla de la Virgen linda con el que fue Sol y Sombra, teniendo una imagen de un raro San José, pues está coronado. ¡Un San José, carpintero, coronado, junto a su esposa, Inmaculada!
Me contó el benefactor Paulino que el Ayuntamiento, con lo de la capilla, a él y a otros, les toreó, lo cual -añadí- no es raro, pues el Ayuntamiento de Gijón, antes y ahora, siempre fue muy taurino como bien saben los ciudadanos gijoneses, tan toreados; ahora también en tiempos de alcaldesa ovetense de Gijón, que dice no gustar de lo taurino, no siendo precisamente taurófila.
En aquellos tiempos estaba en La Guía el Jai Alai, que en euskera significa «fiesta alegre», que fue merendero de mucha tortilla y sidra, que fue parque, que fue pista de baile, que fue frontón y cancha para jugar «a la llave». ¡Qué partidas aquéllas del “juego de la llave”, consistente en lanzar a distancia para golpear, con pesadas «piedras» de acero, la llave con forma de Cruz de Caravaca! Y para bajar a Las Mestas desde La Guía, para el acceso al campo hípico, había que transitar delante del Jai Alai, pasando luego el puente de madera, bajando entre árboles. Aquella bajada recordaba a los Campos Elíseos, transitados por Eneas en busca de su padre Anquises, según cuento del Libro VI de La Eneida
Los primeros concursos hípicos eran muy nacionales, participando caballeros españoles y caballos, militares todos, de la Academia de Caballería de Valladolid. Recuerdo a Alonso Martín, Mayor Iglesias, Rodríguez Llera, Lobo, Nárdiz, Monje, Prieto, Santa Pau, Valenzuela, Benavides, y otros. Poco a poco se añadieron civiles como Ríu Mora, Zendrera y Quirós. El campo de Las Mestas era impresionante, viéndose al fondo prados infinitos, acaso del condado ya de Noreña, tan lejos. Destacaba, junto a los obstáculos del campo, una casita de madera como de muñecas, que era el asiento del Jurado de Campo, oyéndose por los altavoces la voz ronca del locutor, de cabeza plateada y de la Federación hípica, que anunciaba: «Caballo en pista número…Preparado a la entrada de la pista, caballo número …Y prevenido caballo número…» En los descansos entre serie y serie, gracias a los altavoces, se oía a Los cinco latinos cantar Don Quijote (Esto no lo sabe Santiago Muñoz Molina, pues no lo puso copiado en su obra Cervantes, de 1.037 páginas.
Asturias, tierra de vacas, destacó por tener una gran afición a los caballos y a las apuestas, pues los concursos hípicos fueron parte importante de los programas de fiestas de ciudades, villas y pueblos. Los concursos comenzaban en La Felguera, en el estadio de Futbol del Unión Popular de Langreo (Ganzábal), con ocasión de las fiestas de San Pedro, a finales de junio. A mediados de julio, con ocasión de las Fiestas de El Carmen, en Pola de Siero y en el campo de futbol, también había concurso hípico. De Pola de Siero se iba al concurso de Luanco y de Luanco al de Avilés a primeros de agosto. El concurso de Luanco era interesante, pues en el campo de fútbol con impresionantes vistas al mar, te encontrabas a todo el pijerío ovetense, pues allí veraneaba. Y a finales de agosto se celebrara el Concurso hípico de Gijón, primero nacional y luego internacional; a principios de septiembre comenzaba el de Oviedo, iniciándose así las Fiestas de San Mateo, bailando en La Herradura, bajando desde El Bombé.
Comentarios