Alberto Marcos fue un rector inigualable, irrepetible. En aquellos turbulentos años 80, toda una generación de universitarios y universitarias se afanaban en transformar una universidad que venía de años de plomo en una España en blanco y negro. Alberto no estaba llamado a liderar aquel movimiento, a pesar de que era indiscutible su liderazgo moral y académico. Dotado de una fina inteligencia, de un gran sentido del humor y de una osada prudencia, su vida siempre estuvo regida por un inquebrantable compromiso con la universidad, “su” universidad, expresado en un espíritu de servicio que le llevó a tomar las riendas de la institución en momentos complejos y no menos cruciales. Fue un rector, como han dicho sus discípulos, que no quiso serlo. Pero, a pesar de no haberlo ni querido ni buscado, asumió la tarea titánica de repensar y reinventar la universidad asturiana para adaptarla a una recién aprobada Ley de Reforma Universitaria que lo cambió todo.
Hoy la Universidad de Oviedo ha perdido a uno de sus grandes profesores y a uno de sus mejores rectores. La deuda contraída con él ya no es posible saldarla. Pero quizá sea el momento de colocar su legado y su figura donde se merecen y no dejar que el paso del tiempo borre la memoria de sus hechos. Las palabras poco consuelan en trances como éste. Su familia, desgarrada por el dolor de lo imposible, difícilmente encontrará en estas torpes líneas la ayuda para comprender y asumir la pérdida. Pero, al menos, que sirvan para hacerle llegar el abrazo cálido de una comunidad universitaria herida por la pérdida de su rector, Alberto Marcos Vallaure.
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