El nuevo presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo acaba de calificar de 'sorprendentes' y finalmente como 'inexistentes' las inaceptables declaraciones de García Gallardo, a la sazón vicepresidente de Castilla y León y perteneciente a la ultraderecha coaligada con el partido popular, en respuesta a la diputada socialista con discapacidad Noelia Frutos. Una forma más de eludir la crítica que entrará a formar parte de los anales del modelo Feijóo de actuación política.
En un principio parecía que la moderación hasta el límite del envaramiento de un político que se dice con trayectoria y previsible, los lugares comunes como parte del tópico de la ambigüedad gallega y la impostación de la gestión eran tan solo el producto del vértigo que sufría Núñez Feijóo con la salida de los algodones del gobierno y la mayoría absoluta en Galicia, y el aterrizaje forzado en las espinas de la oposición en el clima polarizado de la agitada política española. Así lo entendíamos algunos al ir escuchando sus declaraciones en la campaña como candidato único a la aclamación en el Congreso extraordinario del partido popular. Sin embargo, al mismo tiempo, no tuvo ninguna duda a la hora de alinearse con Díaz Ayuso frente a Casado ni tampoco para sumarse a la conjura de los dirigentes para derrocarlo y ni siquiera para apoyarse en los barones como único candidato alternativo. La prioridad era la corona y la recuperación de la línea sucesoria y así se hizo.
Entre tanto, volvieron también las ambigüedades sobre la violencia de género asimilada a la violencia intrafamiliar, los lugares comunes en torno a la autonomía del presidente Mañueco para decidir su pacto de gobierno con la ultraderecha, aunque luego no encontrase hueco en la agenda para asistir a su toma de posesión. Algo asimismo compatible con la contundencia y el relato populista en sus primeros pasos al frente de la oposición, coincidiendo con la ultraderecha en el contexto de la escalada inflacionista a consecuencia de la guerra de Ucrania, en calificar de atraco la recaudación de los impuestos con la propuesta de compensar el recorte de ingresos recirtando el exceso de grasa de la administración, para finalmente profetizar la crisis irreversible en la coalición de gobierno y concluir con la manida necesidad de convocatoria de nuevas elecciones. El mismo todo vale frente al gobierno socialcomunista. En definitiva, la moderación con respecto a las formas erráticas y los insultos de Casado, pero con los mismos contenidos neoliberales y la misma oposición de confrontación. Continuando, por otra parte, con los objetivos de la absorción del centro derecha, la alianza con los barones y la quinta columna de Ayuso y del respeto del espacio de la ultraderecha.
A todo ello se añade una imagen de solvencia y seriedad, basada sobre todo en eludir la definición de su posición en materias controvertidas, recientemente con respecto a las barbaridades de sus coaligados de ultraderecha en el gobierno de Castilla y León o con respecto a las futuras alianzas en Andalucía, como la mejor definición del pragmatismo. Algo que ya había ejercitado con soltura en la relación con el modelo de oposición bronca de su partido a nivel nacional y el reparto de papeles frente al gobierno central con motivo de la gestión de la pandemia.
Esta ha sido toda su ejecutoria en el ya largo proceso hasta culminar en los recientes congresos a la búlgara de su partido en Madrid y en Galicia, en los que tan pronto en uno se ha sumado al relato ideológico de la libertad frente al socialismo, como en el otro al discurso gestor de la autonomía sin tutelas, de resonancias Fraguianas, así como en sus pronunciamientos sobre Cataluña, casi rayando en el nacionalismo. En resumen, que en cuanto a la estrategia de oposición, para Núñez Feijóo de lo que se trata es que tu mano derecha no sepa lo que hace tu mano izquierda, tan pronto apareciendo con modales moderados y eludiendo la confrontación política, como facilitando que Díaz Ayuso se encargue de las proclamas identitarias para achicar los espacios a la ultraderecha.
Lo cierto es que si algo no ha cambiado o cuando lo ha hecho ha sido para peor ha sido su estrategia de oposición de deslegitimación y confrontación frente al gobierno progresista, el achique de espacios en la relación con el centroderecha, su no beligerancia o pacto de no agresión con la ultraderecha y el empecinamiento en eludir cualquier responsabilidad con respecto a la corrupción de su partido, considerándola, como ya hicieron Mariano Rajoy y Casado, como cosa del pasado.
En estas mismas declaraciones de su toma de posesión como Senador en las que ha eludido comentar lo dicho por el vicepresidente de Castilla y León, Núñez Feijóo ha reconocido que no hay ningún contacto con el gobierno sobre el desbloqueo de las instituciones como el Consejo General del Poder Judicial, aduciendo para ello que se sitúa como la antítesis del actual gobierno de coalición progresista. Otra excusa más para seguir en lo mismo.
En definitiva, que poco parece haber cambiado el PP en este proceso desde su toma de posesión como nuevo presidente del partido, haciendo buena la máxima lampedusiana de que basta con cambiarlo todo para que en realidad todo permanezca igual. Las únicas diferencias estriban en el efecto de una imagen de gestión y de moderación, para situarse así fuera del ruido político y de la inestabilidad en el gobierno de coalición y en el congreso de los diputados. Fuera de la melé. Subiéndose a la ola de la nostalgia de la vuelta a la estabilidad de la vieja politica, pero ya sin margen para desmarcarse de su partido como ha hecho en Galicia y con el lastre de un nuevo PP que se parece tanto al antiguo que sigue teniendo los mismos problemas con la estrategia y con la corrupción. Eso sí, por ahora el efecto Feijóo y el malestar social por la escalada de precios todavía puntúan en las encuestas. Queda el interrogante sobre el efecto de la próxima entrada al tráfago político en los futuros cara a cara semanales en el Senado con el presidente del gobierno.
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