«¿Por qué no se me ocurriría a mí?», debe estar pensando Isabel II. En 1977 celebraba su 25 aniversario en el trono del Reino Unido y los Sex Pistols hicieron la gamberrada de promocionar su vitriolo antimonárquico God Save The Queen tocándolo a todo voltaje en un barco sobre el Támesis, justo al lado de la celebración. Se recordó más la fecha por los Sex Pistols que por su reinado. Juan Carlos I decidió invertir los papeles y que ahora el punk fuera la monarquía. Ahora será la monarquía la que haga el gamberro, en la ría y no en el río, haciendo una regata y no tocando rock. Pero la esencia es parecida: provocación desde un barco, mientras los acólitos, transidos de fe, rugen burlas a los escandalizados. En el caso de los Sex Pistols no había ley que lo impidiera. En el caso del Emérito no hay ley que se le pueda aplicar. Los Sex Pistols sacaron provecho de las leyes que nos protegen a todos de algunos. El Rey saca provecho de las leyes que nos dejan indefensos a todos ante algunos. Seguro que a Isabel II le da rabia no haber pensado ella lo del barco.
Muchas veces el diccionario diferencia con palabras distintas el grado en que una cualidad es virtud y el grado en que la misma cualidad es vicio. La transparencia es una virtud, pero si la exageramos deja de ser transparencia y se hace indiscreción, y eso ya es un vicio. La coherencia la sentimos como una virtud, pero en un grado más intenso la coherencia se convierte en obcecación, otro vicio. La firmeza es otra virtud, pero si la intensificamos nos damos de bruces con el sectarismo, que vuelve a ser un vicio. La Iglesia y la monarquía son coágulos que quedan de tiempos viejos, de cuando no se había inventado la democracia y ni siquiera los estados. La Iglesia permanece, supuestamente separada del estado. La monarquía también permanece, supuestamente como jefatura del estado simbólica, es decir, de mentira, como una tradición ornamental. Las dos instituciones tienen una relación confusa con el funcionamiento del estado, las dos bordean la democracia con privilegios e influencias anacrónicas y las dos son cargas poco claras para las arcas públicas. Y las dos son opacas, a las dos se les reclama transparencia.
La transparencia es de esas virtudes que, cuando se exageran, se hacen vicios. Un hilo lleva la transparencia a la indiscreción, como dijimos. Y otro hilo lleva la transparencia al cinismo y en el límite a la provocación. El cinismo no es la hipocresía. El hipócrita es un mentiroso que quiebra las normas que dice seguir y que pregona para los demás. El cínico no miente, es transparente. Exhibe con indiferencia el desprecio a las normas de los demás. Ni la Iglesia, por lo de Galileo, ni Isabel II, por lo de Alan Turing, tienen dolor de los pecados ni propósito de enmienda. La Iglesia pidió perdón por Galileo, y eso fue hipócrita. Pero Isabel II no pidió perdón, sino que perdonó ella a Turing; eso fue cínico. Todos agradecemos que la gente se reserve un grado de opacidad, que contenga en nuestra presencia alguna de las cosas que haría a solas y que no sea totalmente franca con las cosas de nosotros que le aburren. El cínico es demasiado transparente, nos desprecia y hace ostentación de hacer lo que nos disgusta o nos perturba. Cuando el cínico intensifica su desprecio, nos desafía y entonces se hace provocador, nos escandaliza.
Muchas veces exigimos transparencia a la Corona. Y Juan Carlos I acabó siendo transparente, pero a la manera de Sid Vicious en las aguas del Támesis. Hace 10 años era todavía hipócrita. Disimulaba su opulencia mal habida y hacía lo contrario de lo que proclamaba. Pero en Botswana se rompió la cadera y se cayó de culo él, la monarquía y la transición. El pueblo español sintió un chasquido de dedos delante de los ojos y despertó. Siguió siendo hipócrita y dijo que lo sentía, que se había equivocado y que no volvería a ocurrir. La hipocresía fue encogiéndose porque no se podía ocultar lo patente. La prensa lacayuna dejó de insistir en cuántos negocios había facilitado a cuántas empresas españolas. Al caer todos de culo en Botswana hasta los palmeros se dieron cuenta de que aquellas loas eran la descripción cabal de un comisionista delincuente. El Emérito se hizo transparente, pero en ese grado en que la transparencia es cinismo, ostentación indiferente de la quiebra de las normas y desprecio del efecto que la conducta propia provoque en los demás. Nos dolieron los oídos de escándalos de tráficos sórdidos, asuntos de estado enredados en amantes, estafas a nuestra hacienda, robos y corruptelas cortesanas. Su salida de España fue un esperpento que valió igual para el relato de un rey perseguido por furias republicanas que para el de un delincuente que huye de la quema. Los tribunales dijeron lo que ya sabíamos: que el Rey Emérito podía hacer legalmente lo que le diera la gana y que, como dice Gerardo Tecé, podía gastarse en lo que le diera la gana nuestro dinero.
Así que ahora vuelve con la transparencia del cínico, ostentando su riqueza y privilegios. Vuelve paseando en regata su inmunidad e impunidad, hecho un Sex Pistols, y sin fingir que no volverá a ocurrir. Su entorno cortesano también se hizo cínico. Ya no dicen que no lo hizo. Ahora dicen que hizo bien y aplauden desde la ribera el concierto desafiante. Los fans más enloquecidos están en trance. La pandilla que se hace llamar Concordia Real Española dice que el Emérito en persona creó dos millones y medio de puestos de trabajo, uno de cada ocho de los que hay en España. Seguro que en las riberas del Támesis se oyeron también desvaríos etílicos del mismo rango. Desplegaron un cartel chistoso en la calle Alcalá que muestra una moneda con su efigie y la pregunta de si recordamos cuando nadie daba un duro por nosotros. Él solito trajo la democracia; y lo repiten quienes se afanan en derrocar la democracia, quienes ven más legitimidad en la dinastía hereditaria que en los votos de las urnas. Carlos Herrera reta a Sánchez a dar un paseo con el Emérito a ver a quién abuchea y a quién aplaude la plebe. La Iglesia tiene muchos siglos encima, lo de las elecciones y voto popular debe ser demasiado reciente para la radio de los obispos. Otros fans embriagados vociferan que el Rey pondrá a Galicia en el mapa. Llegan tarde. Ya la habían puesto los narcotraficantes. Es un honor muy dudoso.
Podría parecer que el cinismo del Emérito destiñe y se extiende a sus lameculos cortesanos. Pero el cinismo y la provocación ya habían avanzado en nuestra vida pública y la desvergüenza de Juan Carlos I encaja sin más estridencias de las que hay cada día. Sería hipócrita negar que Qatar es una dictadura de otros tiempos. Lo cínico es decir que se está abriendo al mundo, es decir, que a quién le importa que sea una tiranía si tiene dinero y no es Venezuela. Se oye que en Madrid no hay pobres, ni siquiera clases sociales. Solo hay una forma de decir eso y es decirlo con el cinismo de Cersei en Juego de Tronos: son tan pequeños que ni los veo. Se dice con notable cinismo que lo mejor para la autodeterminación del Sahara es su pertenencia a Marruecos. Se discute la memoria histórica cínicamente con discursos de victoria, de que la guerra la ganó el que la ganó. Se defiende la desigualdad con aporofobia explícita, llamando mantenidos a quienes necesitan ayuda para comer, subvencionados a profesionales del estado, paguitas a la protección social. Juan Carlos I vive en la riqueza desmedida y la ignorancia de quienes somos tan pequeños que ni nos ve. Pero no vamos a decir que el cinismo y la provocación golfa llegan con él. Su vuelta solo añade bajeza a lo más bajo. Es imposible que ni él ni su séquito crean que su vuelta trae unidad y estímulo al país. En realidad, es imposible que nadie crea que la monarquía no es de derechas ni de izquierdas y representa a todos los españoles.
¿Y el Rey, el Emérito no, el que está en ejercicio? Todavía no es Navidad, supongo que no le toca ejercer.
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