En 1983 el Gobierno de Felipe González expropió el grupo RUMASA, por razones que ahora no importan. Era un grupo gigantesco, con bancos y empresas de todo tipo. De repente el estado era dueño de Loewe y tenía a su cargo la campaña de primavera para bolsos, zapatos y vestidos de hombre y mujer. Aquello había que privatizarlo. No es que los gestores públicos fuesen perversos. Es que el estado no es eficiente para diseñar moda de zapatos y bolsos. A la gestión privada le pasa lo mismo. Es ineficiente y hasta absurda para algunas cosas. Si hay hambre en los suburbios de una ciudad, es evidente que no se va a corregir abriendo muchos restaurantes. Habrá más sitios donde comer, pero los restaurantes no van a quitar el hambre de los más débiles. El lucro jamás corrige la desigualdad ni vertebra derechos de la población. No es que los dueños de los restaurantes sean mala gente. Es que el ánimo de lucro es un motor virtuoso para unas cosas, pero para otras es tan ineficiente como el estado diseñando bolsos de temporada.
El grupo Quirón, perteneciente al monstruo Fresenius, aterriza en Gijón construyendo un hospital privado. La derecha vive sin vivir en sí de tan alta vida que espera; el PSOE se dice que es legal y que por qué no, que es inversión y crea puestos de trabajo; y la izquierda tendrá que hilar fino para no salir del episodio con lo de entréme donde no supe y quedéme no sabiendo. Hay que entender que a plazo inmediato la privatización de la sanidad no supone ningún problema para la población. A plazo inmediato hay una inversión de 40 millones y 300 puestos de trabajo. Habrá más plazas hospitalarias y, siempre a plazo inmediato, estaremos igual en un hospital público que en uno privado con el que se haya concertado nuestra operación de apendicitis. La izquierda señala que la sanidad pública anda corta de plantilla y ahora habrá un hospital privado que le absorberá parte de la que tiene. Los vecinos tienen dudas sobre el efecto urbanístico en el barrio. Seguro que todos esos problemas existen, pero no son el núcleo de la cuestión. A plazo inmediato, en Gijón, en Madrid o en cualquier sitio, la privatización de la sanidad no le supone a la gente peor atención ni más dinero. Ni tampoco te cobran el primer chute de heroína.
El problema de la inversión de Quirón es lo que tiene de síntoma y de tendencia. El grupo invierte por lo que se invierte siempre, porque hay expectativa de ganancia. Para entender qué hay de malo en eso, debemos recordar los tres horrores por los que el ultraliberalismo, es decir, las oligarquías, odian al estado y lo público. En primer lugar, el estado es una red de servicios que implementan nuestros derechos. Los derechos de la población son cesiones que los poderosos tienen que hacer de su posición de ventaja y eso no les gusta. En segundo lugar, los derechos reconocidos se hacen efectivos en servicios públicos que los gestionan y esos servicios cuestan dinero. Por eso hay impuestos, los derechos no son gratis. Y los ricos no quieren pagar impuestos. Y, en tercer lugar, ese conjunto de servicios financiados por el estado impide que se pueda hacer negocio con nuestras necesidades básicas. Por eso es un mal síntoma la inversión de Quirón. El dinero se mueve a la sanidad porque se percibe que se puede hacer negocio con esa necesidad básica de la población. Es decir, se percibe que los gobiernos desatienden el derecho que nos reconocen las leyes a la salud y que lo desatenderán cada vez más. Esa es la consecuencia natural de que las grandes fortunas y las grandes empresas cada vez paguen menos impuestos; se desnutren los servicios públicos y los derechos que expresan las leyes se quedan en el papel en el que se escriben las leyes.
El lucro privado y la iniciativa privada, decíamos, tan importantes para tantas cosas, no son eficientes para el reparto y la igualdad. La palabra «igualdad» es eléctrica y a los creyentes del neoliberalismo enseguida les provoca calambres y cortocircuitos cerebrales que les hacen atropellar, como en trance, palabras que suenan como chisporroteos: «Venezuela», «Cuba», «comunismo», «méritos», «mis hijos». La igualdad económica deseable es relativa y se refiere solo a que no haya desigualdades sangrantes. Pero la igualdad es absoluta y radical cuando se refiere a ciertos derechos. La igualdad entre negros y blancos tiene que ser radical, no aproximada; y la igualdad de oportunidades que procura la educación; y la igualdad para la atención sanitaria. Nadie tiene que aceptar que una enfermedad de su hija o un cáncer de su padre no tenga el mejor tratamiento alcanzable, sea rico o lleve seis meses en paro. El lucro privado no reparte. Es tan estúpido pensar que la sanidad privada es eficiente para la igualdad en el derecho a la salud como pensar que el estado es eficiente para diseñar la moda de otoño de bolsos y zapatos de Loewe.
Por supuesto, y como decíamos antes, eso no va a ocurrir de golpe. Derivar la atención sanitaria a grupos privados no la va a hacer peor ni más costosa para las arcas públicas al principio. Recordemos, el primer chute es gratis. Pero el negocio privado evolucionará como un negocio privado y, a medida que el monstruo público se adelgace, el mercado irá marcando el servicio con la lógica de costes y beneficios normal, para eso invierten los inversores. Imagínense lo que pasará con el servicio de cardiología cuando solo esté en manos privadas, como el de odontología. No imaginen nada, el modelo ya existe en muchos sitios, el más visible EEUU. Y vean las consecuencias. No se sabe cuándo, pero un día próximo veremos a cada vez más gente seleccionando la cobertura sanitaria como la del seguro del coche.
No es ilegal que el señor Víctor Madera mueva inversiones de Quirón en España y en Gijón. Pero los ratones no van a los libros de las bibliotecas porque adoren la lectura ni Víctor Madera está disparando la inversión de Quirón en España porque adore curar a la gente. No habría expectativa de beneficio si no hubiera expectativa de corrosión del sistema público, el único que tiende a la irrenunciable igualdad radical del derecho a la salud y la vida; es decir, si no hubiera expectativa de que cada vez más viviremos o moriremos de las mismas enfermedades según nuestra cuenta corriente. Cada derivación que haga la sanidad pública a tan poderoso grupo, cada concierto de servicios que acuerde, será una necrosis del tejido público que acabará pagando con su salud la gente más humilde. No habrá la misma atención para todos, no es una suposición, simplemente no hay ningún sitio en que las cosas sean de otra manera.
Y no solo es un síntoma. Los grupos poderosos actúan siempre como grupos poderosos, sobre todo si su sector es del tipo lo tomas o lo dejas. Lo estamos padeciendo con las eléctricas. Donde no hay sanidad pública, los grupos privados son un poderoso lobby parecido a los oligopolios que ya conocemos. Tienen puertas giratorias, prebendas, capacidad de presión y todas las variantes de los verbos pagar y pegar. Pero en este caso la especulación no es con la luz, es directamente con nuestro pellejo. Eso sí, el sistema sanitario pesará menos sobre los impuestos de las rentas altas. Estas son las picas en Flandes que va poniendo el grupo Quirón, esta es la carga de profundidad, una más.
¿Y qué debería hacer el Gobierno? Tiene razón la alcaldesa de Gijón, no debe hacer nada ilegal y desde luego sería ilegal prohibirle al señor Madera su nuevo negocio. Y, siguiendo con no hacer nada ilegal, el Gobierno debería hacer lo que manda el artículo 43 de la Constitución y manda la más elemental pulsión de humanidad: poner los recursos necesarios para el derecho de todos y todas a la salud haciendo cumplir los deberes (fiscales) que sean necesarios para tal cometido. Y los que no somos gobierno debemos recordar lo que nunca debimos olvidar. La lucha de clases no es un deseo, es un hecho.
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