Francia no es España, al menos de momento

OPINIÓN

El presidente Pedro Sánchez y el líder de la oposición, Alberto Núñez Feijoo, en la reunión que mantuvieron  en la Moncloa
El presidente Pedro Sánchez y el líder de la oposición, Alberto Núñez Feijoo, en la reunión que mantuvieron en la Moncloa Alberto Ortega | EUROPA PRESS

10 may 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Ciudadanos no es la fuerza política más votada. VOX no es su alternativa, seguida de cerca de Unidad Podemos. PP y PSOE no han caído en una irrelevancia que amenaza su propia existencia.

La realidad es que los de Arrimadas y los de Belarra se diluyen; los primeros, víctimas de su incapacidad para aceptar su naturaleza de «partido bisagra», y los segundos, fagocitados por un PSOE con el que se empeñaron en formar gobierno.

PSOE y PP son hoy, objetivamente, las únicas organizaciones capaces de disputarse el gobierno de España.

Abascal no cuenta con el apoyo electoral del que disfruta Le Pen al otro lado de los Pirineos, pero mentiríamos negando que cita tras cita electoral la formación de extrema derecha crece.

Nuestros vecinos, tras el paso a la segunda vuelta en las elecciones presidenciales de Macron y Le Pen, han dado una lección de defensa de su sistema democrático.

Conservadores, ecologistas, socialistas, incluso —aunque a regañadientes— la extrema izquierda del populista Mélenchon, han solicitado el voto para el candidato centrista.

¿Sería esto posible en España? Aunque pueda parecer que, a día de hoy, nuestra clase política adolece en su mayoría de visión de Estado, afortunadamente no hemos sentido tan cercana la posible llegada al poder del extremismo como los franceses.

A la espera de un giro en la posición de la nueva dirección del Partido Popular que lidera Núñez Feijóo —las elecciones autonómicas en Andalucía reflejarán si este cambio es fructífero— no parece que la mejor forma de alejar a la extrema derecha del gobierno, y a la extrema izquierda, aunque esta última atraviese una época electoral de «vacas flacas», sea conformar coaliciones como el flamante gobierno de Castilla y León.

Invitar al poder a fuerzas iliberales las blanquea, confirma a su electorado la utilidad de su voto y siempre deja herida a la democracia.

En un panorama político como el que padece España, pensar en mayorías absolutas es una quimera.

La única solución para que Núñez Feijóo o Pedro Sánchez no adeuden su asiento en Moncloa a extremistas de izquierda o derecha, independentistas y filoetarras pasa porque PP y PSOE se comprometan a facilitar la gobernabilidad de quién gane las elecciones. Un acuerdo que no debe limitarse al Ejecutivo Central, siendo extensible a ayuntamientos y comunidades autónomas.

Difícil, pero no imposible si impera el sentido común.

Pero no crea el lector que solo son muestras de responsabilidad política lo que nos llega de Francia. La Quinta República se ha librado, al menos por un quinquenio, de la amenaza euroescéptica y reaccionaria de Le Pen pero en junio habrá elecciones legislativas y la izquierda parece dispuesta a unirse, capitaneada por la extremista Francia Insumisa. El moribundo Partido Socialista, comunistas y ecologistas avanzan en la conformación de un frente con el que intentar convertir a Mélenchon en primer ministro, forzando una cohabitación que anuncia inestabilidad.

Una vez más la extrema derecha es observada como enemigo de nuestro sistema de libertades, no falta razón. Sin embargo, en Francia, como en España, la mirada de la izquierda moderada se dulcifica al contemplar a su populismo extremo.

Se confunden. Ultras y populistas, de un extremo y otro del espectro ideológico, son las dos caras de una misma moneda. La moneda de la autocracia.