No somos el geriátrico de Europa ni la causa del apocalipsis de Asturias. (En defensa de la edad y de los míos)

OPINIÓN

A raíz de la publicación de las previsiones demográficas por parte de Eurostat en la Unión Europea así como del Instituto Nacional de Estadística en España, llevamos unos días preocupados por las nuevas previsiones de un rápido envejecimiento demográfico para Asturias, lo cual es lógico, lo que no lo es tanto es que sea en términos solo negativos y sin ningún tipo de matices, cuando no con rasgos tenebrosos, catastróficos y de agravio que bordean el estigma frente a las personas mayores.
Es verdad que últimamente, sobre todo a raíz de la tragedia de la Pandemia, las calamidades como la tormenta Filomena y la erupción del volcán de La Palma y más ahora con el desastre de la guerra de Ucrania en la frontera de Europa, no solo con el tópico de que las buenas noticias no son noticias, ni lo ordinario tampoco, sino que cuanto peores y con tintes más extraordinarios y catastróficos son las noticias y sobre todo su presentación pública, más noticia parecen.
Un envejecimiento demográfico que por otra parte no es nuevo ni exclusivo de Asturias, ya que es un proceso que nos acompaña desde hace décadas no solo a Asturias ni siquiera al noroeste español, sino a todo el país y al conjunto de los países desarrollados, y que está vinculado a la transformación económica, social y cultural de nuestras sociedades postindustriales. Una nueva estructura de población que es producto de la llamada segunda transición demográfica o revolución reproductiva en la que aumentan los grupos de población de edades maduras y su longevidad, y por contra se mantienen o reducen los grupos de menor edad. El envejecimiento actual en el mundo es progresivo, generalizado, permanente y profundo con hondas repercusiones sociales en el modelo familiar y la vivienda, económicas en el modelo de consumo y en las pensiones y también políticas en la participación y en las tendencias de voto.
Por otra parte, el envejecimiento de Asturias es tratado como sinónimo de dependencia, cuando no directamente de miseria. En este sentido, términos como la caída, el descalabro y el desplome demográficos o alusiones al retroceso e incluso la miseria que conlleva el envejecimiento no solo no ayudan, sino que se trata de calificativos desproporcionados e injustos. Parece mentira que en paralelo los mismos medios sean capaces de escandalizarse por las barreras digitales de la banca y de la administración, que discriminan en particular a las personas mayores.
También supone una falacia económica el aplicar la tasa de dependencia a una pequeña región como Asturias, como si fuera un indicador fiable de insostenibilidad de la economía y de la sociedad asturiana. Es verdad que en el caso de Asturias el largo declive económico y laboral a consecuencia de la crisis de los sectores económicos tradicionales ha incidido de forma más pronunciada sobre los proyectos de vida y de familia de los más jóvenes y por tanto sobre la evolución a la baja de la natalidad y el menor atractivo de Asturias para los inmigrantes. Pero nada de esto es una fatalidad que no esté en nuestra mano corregir, es cierto que con unas medidas que en su caso fructificarán a medio plazo, aunque ante todo dificulta la necesaria conciencia social y las medidas económicas y políticas para aprovechar la realidad actual del envejecimiento y la longevidad como una oportunidad y no como un castigo por el que buscar culpables.
Porque lo malo de este enfoque alarmista es que nos vamos a acostumbrar tanto a la hipérbole, que no solo no seamos capaces de distinguir lo normal de lo extraordinario, sino que poco menos que nos vamos a anestesiar frente a lo verdaderamente grave y extraordinario de acontecimientos excepcionales como la pandemia o como la guerra. Pero sería aún peor que como consecuencia de una apelación permanente a lo negativo y al agravio nos podamos convertir en una sociedad narcisista, obsesionados por nuestro propio ombligo e incapaces de ver que vivimos entre el quince por ciento de la población de los países más desarrollados y que disfrutamos de unas condiciones de vida, longevidad y salud privilegiadas en relación al resto del mundo.
Por otra parte, las previsiones demográficas a largo plazo, como es el caso de las que en estos días se comentan, se encuentran siempre sujetas a grandes incertidumbres, pero que pueden inducir directamente a error si se hacen a partir de unos datos, estos sí excepcionales, como son los de mortalidad, natalidad e inmigración en el contexto inédito de un retroceso de más de dos años de esperanza de vida y de largos confinamientos y cierres de fronteras inherentes a las consecuencias y a las restricciones propias de una grave pandemia. En definitiva, proyectar a futuro los años excepcionales de una pandemia es un craso error.
Pero sobre todo, el trazo grueso que últimamente utilizamos para analizar nuestros problemas, como es el caso de lo que podríamos denominar el acelerado cambio o la revolución demográfica que vivimos, nos impide ver su complejidad y sus matices, en este caso para ir más allá que sus aspectos más negativos, y como consecuencia aprovechar la posibilidad no solo de promover una estrategia de rejuvenecimiento demográfico a medio y largo plazo, sino la prioridad de dar en la actualidad mayor calidad de vida a los años de longevidad, tanto mediante el envejecimiento activo como los cuidados de calidad, y con ello contribuir a reforzar en Asturias el tejido económico, los servicios públicos y las actividades culturales y deportivas para todo ello.
El respeto sería un buen comienzo.
Comentarios
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