El diputado de Vox José María Sánchez García
El diputado de Vox José María Sánchez García Alejandro Martínez Vélez | EUROPA PRESS

21 abr 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

He contado en varios medios mis problemas con la bebida, afortunadamente superados, aunque nunca pueda bajar la guardia. Pasó algún tiempo desde que dejé de beber hasta que decidí hablar públicamente de ello. Creo, y esto no es por querer tirarme el pisto, que mi testimonio puede ayudar a otros, que puede servir de algo. De no ser así, solo hablaría sobre ello en mi círculo más íntimo. Creo que es bueno que los drogadictos (pues el alcohol es una droga, y muy destructiva) hablemos de ello para intentar borrar la imagen caricaturesca que suele haber de nosotros, que suele ir desde una romantización ridícula y hasta deseable hasta la satanización del borracho y mendigo pasando por la deleznable bukowskización.

Pero esto tiene sus inconvenientes. Cada vez que alguien, generalmente situado en el extremo centro, la derecha o el rojipardismo, entiende que lo que digo en redes sociales sobre cualquier tema es ofensivo, es muy frecuente que recurran a insultarme por mi pasado aunque no tenga nada que ver con lo que estoy diciendo. «Pobre borracho con olor a orines» es solo uno de los insultos que suelo recibir por parte de gentes que creen que el alcohol no es una droga, como Pablo Casado, a quien Dios guarde su alma.

No he llegado a reflexionar sobre esto por mi caso particular. He recordado casos de misgendering hacia personas trans, casos que generalmente se transforman en una tormenta de acosadores orgullosos. Y es este orgullo el que me llama la atención: el orgullo de ser mala persona.

Hace unos meses, el diputado de Vox José María Sánchez García fue expulsado del Congreso por llamar «bruja» a una diputada socialista. En noviembre del año pasado, desde las filas de Vox, alguien llamó «gilipollas» a la ministra de Hacienda durante el debate sobre los presupuestos. Son frecuentes los desbarres en ese partido durante comparecencias públicas y campañas electorales, como aquello de las tetas y Olona azuzando a dos supuestos albañiles contra la ministra de Igualdad. Desde la bancada de ese partido se saluda a gurús de la extrema derecha terciaria (fan de los tercios de Flandes) en redes y se le ríen las gracias. Todavía recuerdo a los voxeros que insultaron a unos jóvenes en un salón del cómic por exhibir una bandera LGTBI en el puesto que regentaban y las escalofriantes palabras de uno de ellos que gritaba que si no les gustaba eso, es de suponer que la homofobia, debían irse de España.

Antes de la llegada de Vox al Congreso esto no estaba normalizado. Lo normal era que estas actitudes generaran rechazo. Malas personas ha habido siempre, pero hace mucho que no tenían tantos puestos de responsabilidad política. Hay gente que ha estado lustros mirando cómo la sociedad pisoteaba sus ridículos prejuicios, que no sus derechos, que hoy se siente respaldada en el Congreso. Se han llevado la barra del más grasiento de los bares al lugar donde todo debería ser más limpio, y por supuesto, esa barra se está trasladando a todas partes. Pero no son lo malo las palabras, no se confundan. Después vendrán los actos. Solo están calentando. Todos sabemos qué es la ultraderecha y cómo actúa. No hay lugar para creer que la gente les vota por castigo o por estar contra las élites o por la chorrada que se le ocurra al sociólogo de retrete de turno, pues ese partido está lleno de representantes de la élite. Solo hay lugar para creer que son malas personas que saben lo que hacen. No vale hacerse el tonto en 2022.