El «rey» Sánchez ante el rey Mohamed

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

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Fernando Sánchez | EUROPAPRESS

06 abr 2022 . Actualizado a las 08:57 h.

Mañana el presidente del Gobierno español viajará a Marruecos. El rey Mohamed VI tendrá con él el gesto de ofrecerle una cena en su honor aprovechando un descanso en el ayuno del Ramadán. Es un detalle con alto valor simbólico de amistad. Y, al abrir un nuevo tiempo, hay un detalle que no puede pasar desapercibido: el cambio en las Coronas de ambos países. Cuando Juan Carlos I era jefe de Estado español y Hasán II vivía, los conflictos se resolvían entre ambos, con una simple llamada telefónica. Hassan sentía un gran aprecio por nuestro rey por su valentía de presentarse en el Sáhara en plena crisis de la Marcha Verde. De ahí surgió una gran amistad.

Cambiaron los reinados, llegó una nueva generación y el rey actual de España entiende con razón que ese tipo y esa forma de las relaciones bilaterales con otros países no encajan en las funciones que la Constitución encomienda al titular de la Corona. Mohamed VI no tiene esa limitación constitucional y no tiene inconveniente en recibir una carta de un presidente del Gobierno de España, aunque él tenga a un homólogo, que es su primer ministro. Pero es rey, se sabe rey, y se considera superior a un jefe de gobierno y practica una diplomacia marcada por la astucia y algo de trampa: dar a conocer el párrafo que le interesa de esa carta —el referente al Sáhara— para dejar sin salida al Gobierno español. Y bien sabe Dios que lo ha conseguido. La cena de mañana será la proclamación oficial de esa victoria que, sin embargo, es también un alivio para España. Antes de este encuentro hubo lo que no se ha querido contar: reuniones sectoriales, presiones por ambas partes, rupturas del diálogo para retomarlo al día siguiente y aprovechamiento de las actitudes de otros países —Estados Unidos y Alemania, sobre todo— que condicionaron la actitud española.

Al final, ¿quién gana en el contencioso? Ambas partes. Gana Rabat, porque ve triunfar su tesis sobre el Sáhara. Y gana España por razones económicas. Pensemos que en Marruecos funcionan ochocientas empresas españolas, casi todas andaluzas, por cierto; que había un auténtico cerco comercial a Ceuta y Melilla, que ahora se rompe, y que estaba interrumpido el tráfico marítimo, de importancia trascendental para España: solo la operación estrecho de todos los veranos, trasladada a Francia hace dos años, supone para nuestro país unos ingresos de 1.300 millones de euros en 15 días. Normalizar todo eso valía un esfuerzo. La solución del Sáhara es emocionalmente negativa, pero el lenguaje diplomático es sabio y polivalente y la supo incluir en el «ámbito de las Naciones Unidas», con lo cual se cubren las espaldas. Y ante Ceuta y Melilla seamos realistas. Marruecos nunca renunciará a ellas. España tampoco. Lo importante es mantener el statu quo y que la normalidad en las relaciones no convierta a las dos ciudades en objeto de tensión.