Pasado un mes de invasión rusa y guerra en Ucrania, seguimos en la fase emocional y solidaria de las tragedias colectivas. Todo son lazos de colores, filas cero, indignados tuits de condena, discursos de Zelenski en camiseta caqui, espontáneos en furgoneta convertidos en héroes rumbo a Polonia en busca de refugiados, gente ofreciendo la habitación de la suegra. Muy guapo todo si no nos conocieramos. Todavía están recientes aquellos primeros tiempos del coronavirus y recordamos cómo en solo unos meses los aplausos en los balcones se convirtieron en indignación por no poder fumar en las terrazas de los bares. Hay un momento en que los vivos se cansan del protagonismo de los muertos. Por eso sabemos que si se prolonga mucho la guerra es muy probable que acabemos cambiando toda nuestra empatía por media lata de gasolina.
Pero ni siquiera en estos primeros días de ebullición emocional todo es fraternidad y solidaridad con el sufrimiento. También competimos en la persecución del ruso, a poder ser desarmado, como el director de la Filarmónica de Múnich, Valery Gergiev, despedido por negarse a condenar la invasión de Ucrania. El artista urbano Jorit acaba de pintar en la fachada de un instituto de Nápoles un gigantesco grafiti de Dostoievski para celebrar la derrota de quienes pretendían anular unas jornadas sobre escritor ruso en Milán. Tampoco es necesario compartir nacionalidad con Putin para ser cancelado: el director ucraniano Sergei Loznitsa ha sido expulsado de la Academia de Cine de Ucrania acusado de “cosmopolita” por rechazar el boicot a los cineastas rusos.
Volviendo a nuestro país, tal vez el ejemplo más grosero de cancelación lo haya protagonizado la Filmoteca de Andalucía anulando la proyección de una película de Tarkovski, pero el más extravagante hasta el momento es obra de Ignasi Guardans. El tertuliano y ex diputado de CiU ha señalado públicamente a Ana Iris Simón porque su pareja se permitió «aplaudir y hacer un RT al líder xenófobo y antieuropeo de Holanda, Thierry Baudet» y ser «coautor de un libro de geopolítica con el filósofo Alexander Dugin, pensador de cabecera y de referencia de Putin». Abrumado por la magnitud de la denuncia, concluyó Ignasi su hilo tuitero: «No sigo. Sí, @anairissimon puede compartir vida con quien estime oportuno. Pero cuando en la situación actual lo haces con un antieuropeo apologeta declarado de Putin y socio de sus amigos, es bueno que se sepa. Es… contexto. Cc @PepaBueno». Si toda la acusación resulta un disparate, contaminando a una mujer por las supuestas opiniones políticas de su pareja, terminar poniendo en copia a Pepa Bueno, la directora del periódico donde escribe Ana Iris Simón, como para advertirle de a quién tiene en nómina, ya descompone.
Lo más llamativo de esta cancelación por parentesco es el propio entorno familiar de su autor, Ignasi Guardans, nieto de Francesc Cambó además de tuitero acusica y eterno candidato a todo. No es Cambó un personaje cualquiera. Cuando entre Aznar y Pujol casi canonizan al icono catalanista, Jordi Solé Tura salió al paso haciéndole en El País un retrato realista como un mural de Jorit, marcas de guerra en la cara incluidas: «Fue Cambó quien organizó en Francia el más completo y eficaz sistema de apoyo político y cultural a la causa de Franco, a la que dedicó todas sus energías y una buena parte de sus grandes recursos económicos. Fue él quien organizó a los intelectuales de derecha y de extrema derecha de toda Europa para legitimar a Franco y los suyos a los ojos de la opinión mundial». Siendo nieto y vocal de la fundación de alguien con semejante trayectoria pública se esperaría más respeto por la autonomía del pensamiento propio frente al de amigos, amantes o familiares. Ni las ideas son un virus que se contagie a través de fluidos corporales ni el parentesco un contexto ideológico. Si se trataba de criticar a Ana Iris Simón, además, tampoco hacían falta tantas vueltas.
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