Acorralado por su propio partido, presionado por los barones, llamado al orden por Feijoo, linchado por los poderosos medios derechistas de Madrid y con manifestaciones de ayusers en Génova acusándolo de traidor y exigiendo su dimisión, Casado ha firmado un falso armisticio en la guerra sucia con Ayuso, que equivale a reconocer su deshonrosa derrota.
El aún líder nominal del PP es un zombi que ha perdido toda credibilidad y autoridad. En cuestión de horas ha pasado de llamar corrupta a la presidenta a aceptar sus explicaciones, que han sido cero, ya que se limitó a publicar un comunicado en el que admitía que su hermano cobró 55.850 euros, sin presentar factura, por la compra de mascarillas (solo la punta del iceberg de una serie de contrataciones que le favorecieron). Algo que Casado dijo que no era entendible cuando morían 700 personas al día y que ya parece entender, o le han forzado a que lo entienda. En política lo que no se puede hacer es el ridículo ni ser cobarde. Ambas cosas se pagan muy caro. Vencido y humillado, Casado ha preferido sacar bandera blanca, sin que su enemiga acepte ninguna de sus condiciones, para tratar de detener la operación que estaba (está) en marcha con el objetivo de liquidarlo políticamente.
Porque la derecha fáctica prefiere a Ayuso, mucho más mediática, a priori con más tirón electoral para derrotar a Sánchez y, atención, partidaria de acuerdos de gobierno con la ultraderecha. Si salió indemne de un caso infinitamente más grave, los «protocolos de la muerte» en la residencias madrileñas, todo indica que favorecer al hermanísimo también le saldrá gratis. Al contario, Casado está abrasado, amortizado, no puede seguir adelante como si no pasara nada. Su debilidad es extrema. Quieren su cabeza. Primero la de García-Egea, luego la suya. Feijoo, ya.
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