Cuenta Umbral en Días felices en Argüelles que cuando Perico Beltrán le preguntaba a Fernando Fernán Gómez: «¿Y a ti cada vez que abrazas a Lola Cardona en escena se te pone dura?», le respondía: «Siempre. Me pasa siempre. Tarde y noche». Mala vida llevarían hoy ambos, Umbral y Fernán Gómez, entonces referentes progresistas de la cultura y hoy viles señoros heterazos. Por fortuna están ya en la historia, como el Teatro Recoletos, testigo de aquellos calentones.
Una de las conquistas del MeToo fue introducir en los rodajes y escenarios la figura del coordinador de intimidad. Su función es velar por la seguridad y comodidad de actores y actrices en las escenas de contenido sexual. Una especie de mediador entre los límites de los actores y la pulsión creadora del director. Pacta y supervisa cada gesto, eliminando la improvisación en la escena para evitar conflictos. Planifica la escena al detalle y después olisquea restos de negatividad en el coito fingido. Un oficio con futuro.
¿Qué habría hecho un coordinador de intimidad con la indomable erección de Fernán Gómez? Un asunto complicado. Tratándose de un acto reflejo no se resuelve por consenso. No valdría sentarse y hablar. A falta de voluntad tampoco prohibirlo. El remedio químico sería eficaz pero prolongaría sus efectos fuera del escenario. Por seguir con referencias de aquellos tiempos de oscuridad podría servir, para eso y para todo en la vida, el consejo contra la eyaculación precoz de Antonio Resines a Oscar Ladoire en Ópera prima: “Piensa en la muerte”.
Picado por la curiosidad, tras cuatro clicks en Google di con la obra de aquellos abrazos en el Recoletos: ¡La sonata a Kreutzer! Tal vez el libro más escandaloso de Tolstói, censurado en su día en medio mundo por inmoralidad sexual y hoy con seguridad también cancelable ante el insoportable planteamiento de un criminal justificando en animada conversación el asesinato de su mujer ante un compañero de asiento de tren. Una magnífica obra, pese a todo, resumen de la atormentada visión de Tolstói sobre el ser humano en general, la mujer en especial y la suya en particular. Aquella versión teatral, en el Madrid de los años sesenta, tuvo que sufrir algún tipo de mutilación por la censura. Su desprecio por el matrimonio haría fibrilar al más liberal de los censores. Entonces se toleraba el acoso de una erección en escena pero no un peligroso disolvente social en el texto. En el futuro tal vez ni una cosa ni otra.
Comentarios