Como a la mayoría de los gallegos, a mí el sábado por la noche se me quedó cara de pringada. También fui de esas que en el fragor de la competición decidieron lanzarse al pago por SMS, según me indicaban desde el Benidorm Fest. Pero, claro, en ese contagio que te dan los hijos, me dejé llevar por su insistencia y di el ok a que nos lanzásemos todos en familia al voto a las Tanxugueiras. ¿El total? Como somos cinco en casa y el mensaje iba a 1,45 euros, la cuenta enseguida subió por las nubes, así que solo desde mi salón RTVE se llevó 7,25 euros. Con este atraco beneficioso, podemos imaginar la caja que hizo el ente público de todos los españoles que esa noche fuimos llamados a votar en un sistema en que en verdad valemos muy poco. Y ese es el fraude que ahora se denuncia, vista la respuesta del jurado, porque valiendo tan poco nuestra elección, se nos invitó con toda la fuerza a participar en un tablero que ya tenía ganador. Si por un lado, animamos a los espectadores a que participen con alegría y a que paguen y colaboren haciéndoles ver que su decisión vale algo (y no solo dinero), por otro no los tenemos en cuenta para nada. Esa es la realidad del pasaporte a Eurovisión que hay en España: un jurado que cobra por votar y un público que paga por hacer el mismo trabajo. ¡Menudo chollo este sistema de «vota tú que ya decido yo»! Es el modelo eurovisivo del despotismo ilustrado: «Todo para el pueblo pero sin el pueblo».
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