Lo aprendí en aquellos tiempos del UHF, mientras aporreaba la tele, de repente sin señal, en lo mejor de Vickie el Vikingo. Tras varios golpes desesperados intentando provocar un milagroso contacto de cables, mi padre ponía fin a la somanta desde el sofá: «¡No-y des, que ye d´allá!». La sentencia en amestao ponía fin a mis golpes y a la esperanza.
En el solar globalizado de nuestros días, casi todo ye d´allá. Un dulce fastidio que nos permite dedicar al sofá o la silla gamer el tiempo de la lucha, sin el reflujo de la mala conciencia. No se puede hacer más. Vivimos rodeados de palancas paralizantes, de excusas para evitar la acción y los espejos. Una de las más usadas en política es la complejidad.
Aprovechando la creciente complejidad de las sociedades actuales, algunos políticos incapaces de abordarla la utilizan a diario como excusa para ni siquiera tener que explicarla. «Bueno, se trata de un asunto mucho más complejo de lo que usted plantea». ¿Cuántas veces hemos oído algo parecido seguido siempre de la más absoluta nada?
Hace poco Ferreras le preguntó a Yolanda Díaz: «¿Usted sigue siendo comunista?». Y la ministra de Trabajo tiró de manual para salir del apuro: «Ser comunista es algo muy complejo, Antonio. Es algo muy complejo… ». El comodín de la complejidad en su cumbre, con su énfasis, su repetición, su súplica de clemencia llamando por el nombre al de las tres capas de calzoncillos, su patadón de despeje: “Yo soy una mujer del siglo XXI y de izquierdas, y comprometida con los más débiles…». Mira, como las beatas progres de Llaranes. ¿Es eso ser comunista? ¿Es complejo ser comunista o asumirlo y explicarlo ante algunos auditorios?
Sostiene Karen Stenner que la complejidad excita la predisposición autoritaria. Ante tanta complicación y confusión muchos buscan refugio en la simplificación. Culpabilizar a los inmigrantes de la inseguridad ciudadana es una injusta simpleza, pero no resulta más sólido limitarse a decir que la inmigración es una cuestión compleja y añadirle al verso un par de lugares comunes. No se puede renunciar a explicar con honestidad nuestra sociedad y nuestras contradicciones escondidos tras la antena del Gamoniteiru. Invocar la complejidad limitándose a llenarla de palabrería amable y gastada solo sirve para allanarle el camino al monstruo.
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