Permítanme ofrecerles la sinopsis de una película basada en hechos reales. Comienza con la explosión de una colosal burbuja inmobiliaria que llena de escombros los bancos, revienta las tuberías del crédito y desencadena una atroz crisis económica. Acuden los servicios públicos de limpieza, con las siglas FROB grabadas en el uniforme, y se ponen a desescombrar y sanear el ambiente. Nos aseguran que la factura se la pasarán a los bancos, pero al final la pagamos de nuestro bolsillo: no menos de 42.500 millones de euros, tirando muy por lo bajo. En el 2012 entra en acción el camión de la basura, esta vez con el acrónimo Sareb estampado en la puerta, aunque las gentes lo conocen como el banco malo, con el objetivo de recoger y reciclar los residuos. Y se nos repite la misma cantinela: el banco malo no costará ni un euro al contribuyente, porque el coste de la basura lo recuperaremos con la reventa. Luis de Guindos empeñó su palabra y los hechos la han desmentido: el basurero nos ha costado ya 35.000 millones de euros, que quedamos a deber todos los españoles.
La basura de la que hablo estaba compuesta por cerca de 200.000 «activos tóxicos» que ensuciaban las alfombras y lastraban los balances de las entidades financieras: préstamos impagados, créditos a promotores, suelo sin construir, viviendas hipotecadas... La basura, advierto a quienes me reprochen el uso de la metáfora procaz, tiene valor. Lo saben bien quienes sobreviven a base de hurgar en los basureros. O las boyantes empresas que gestionan y reciclan residuos. O los especuladores en el mercado de la deuda. Pero la Sareb —55 % de capital privado, 45 % público— inició con mal pie su andadura: compró basura muy cara. Adquirió los activos defectuosos a un precio excesivo, unos 51.000 millones de euros, el fijado por el Banco de España y un par de auditoras privadas. Para afrontar la compra se endeudó en una cantidad similar —unos 50.000 millones—, avalada por el Estado. Y ahí comienza el calvario: la cuesta de la reventa a pérdidas. Comprar a cien y vender a ochenta nunca ha sido un buen negocio. En ocho años, entre 2012 y 2020, la Sareb perdió más de 5.000 millones de euros. Números rojos y crecientes a medida en que fue liquidando, como pasto para los buitres, los activos más valiosos y conservando los desechos. Devoró todo su capital inicial, de sus activos solo quedan los desperdicios y de su deuda solo canceló la tercera parte. Técnicamente está en bancarrota. Su patrimonio es negativo: menos 10.000 millones de euros.
Del fiasco hay muchos responsables. Quienes diseñaron el artilugio que no iba a tocar nuestra cartera. Quienes tasaron a precio de oro la basura bancaria. Quienes gestionaron de manera deplorable el basurero. Las víctimas escaldadas son las de siempre: los contribuyentes. Los avalistas de la Sareb que, desde ya, asumen una deuda de 35.000 millones de euros. Los españoles que, según De Guindos, no iban a poner un euro.
Y lo peor es que la película continúa. El banco malo seguirá abierto hasta el 2027 y la factura seguirá engordando.
Comentarios