Un año más se abre la veda. La veda de los precios. Apenas se han despedido en el pasillo a las fiestas «laaargas» de luces de gastos y, antes de poner el pie en el ascensor, te acercas a comprar el alimento de primera necesidad como es el pan: entregas religiosamente tus 60 céntimos por la ración de chapata. Y detrás, una voz humana no de IA, responde son: 5 céntimos más.
Oh, exclamo: hace un par de años por estas mismas fechas subisteis el 20%, hoy habéis enfundado la capa de la sutileza y lo habéis tasado en el 8,33%.
No está mal, me dije. Las pensiones el 2,5%; los sueldos cada vez más bajos, volátiles, escasos, y una retahíla de adjetivos descalificativos que se pierden en el infinito.
Sube la luz, ciertamente. Pero, para todos. No sólo para los «empresarios». ¿En quién repercute? Como siempre, en el vil esclavo.
Estamos en un nuevo año, al menos, es el guarismo que figura en los almanaques y en los calendarios. Cierto, año nuevo: ¿vida nueva?
No hago más preguntas. La entrevista ha terminado. Me despido de mis oyentes-lectores, hasta la conexión de las horas. De forma reiterativa y machacona se difundirán los mismos mensajes, sin una tilde de cambio siquiera para que cale como agua fina, suave y seductora y el lector-oyente quede por osmosis atrapado en el sueño de las más perversas manipulaciones.
Me gustaría quedarme aquí, sin aire fresco, sin compromiso alguno, sin un rayo de esperanza que asome por la única rendija que aún queda en este disparatado mundo del egoísmo sin freno, de la avaricia sin puertas, del que «se salve quien pueda».
No, y mil veces no, puedo quedarme con la mirada indiferente, con la mente fría, con el corazón de témpano de hielo.
He de dar, una vez más, un paso al frente aportando mi granito de arena a ese montón con este minúsculo, pero que si a él uno a uno vais aportando el vuestro, la barrera frente a la injusticia será una muralla gigante que nos proteja de la «soledad» y de la injusticia social.
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