Letanías de los Santos que están en el Cielo. Esa fue una de las escenas inolvidables de la inolvidable película Amanece, que no es poco. El cura del pueblo encabezaba la disparatada procesión invocando los tipos de ángeles y el pueblo (labriegos, amas de casa, guardiaciviles, el maestro, …) iba detrás salmodiando a coro la correspondiente rogativa:
«—Por los Querubines. —Dadnos, Santos del Cielo, claridad de juicio. —Por los Serafines. —Dadnos, Santos del Cielo, rigor científico. —Por los Tronos. —Dadnos, Santos del Cielo, un cuerpo de doctrina. —Por las Dominaciones. —Dadnos, Santos del Cielo, mucho discernimiento. —Por las Virtudes. —Dadnos, Santos del Cielo, la capacidad de relativizar. —Por las Potencias. —Dadnos, Santos del Cielo, una visión global bastante aproximada.»
En 1989 esto era humor absurdo. Hoy es casi un manifiesto político. Pablo Casado parece un crío dando saltos detrás Abascal y Ayuso intentando que se le vea. Piensa que, imitando los acentos de Abascal, saldrá en las fotos que le saquen al ultra. Así desapareció todo rastro de derecha constitucional liberal y no quedan más formas políticas conservadoras que las de la ultraderecha. Por eso las letanías de los Santos del Cielo parecen ahora un manifiesto contra las tácticas ultras: claridad de juicio, frente a ruido; rigor, frente a bulos; doctrina, frente a ignorancia y negacionismo; discernimiento, frente a confusión; capacidad de relativizar, frente a certezas sectarias; visión global, frente a furor ensimismado.
El activismo de la ultraderecha busca la polarización de la sociedad. Es una táctica que puede emplear y emplea cualquier fuerza política. Pero la mayoría de las fuerzas polarizan sobre determinados temas y en determinadas circunstancias. La extrema derecha tantea los temas que pueden polarizar a la población y se concentra solo en esos temas y solo de la manera en que polaricen. La ultraderecha respira bronca y odio, se ahoga sin eso, en la armonía se disuelve como un azucarillo. La polarización consiste en convertir en enfrentamiento cualquier diferencia de opinión. La sociedad está polarizada si la gente se siente atacada o en emergencia por la opinión de otros, si las diferencias son trincheras. Una sociedad polarizada es una sociedad enfrentada y convencida de que hay un enemigo y está dentro. Tiene ventajas evidentes para los agitadores ultras.
En primer lugar, la polarización supone un estado emocional intenso y negativo para determinados temas y que esos temas sean la agenda política. Esta a su vez es la condición para que prospere un aspecto clave del activismo ultra: el bulo y la desinformación. La extrema derecha aspira a un sistema totalitario que no modifique la morfología externa de la democracia y a eso solo se llega distorsionando y mintiendo (no se distraigan cruzando el Océano; miren a Hungría y Polonia). Cuando la gente está airada, enfurecida, aterrrada o indignada, no atiende a los hechos ni a la verdad, sino a lo que encaja con su estado emocional negativo. Casado vocifera que en Cataluña a los niños que hablan en castellano las escuelas les ponen piedras en la mochila y no los dejan ir a mear. La verdad o falsedad consiste en cómo se relacionan estas palabras con los hechos. Enfrentando estas palabras con los hechos, diríamos que son palmariamente falsas, incluso disparatadas, y podríamos pensar que eso desacredita esas palabras y a quien las dice. Estar contra la independencia de Cataluña es una idea; que los independentistas son unos hijos de puta es un estado emocional. La afirmación de que ponen piedras en la mochila a los niños no encaja con los hechos, pero sí con el estado airado de que son unos hijos de puta. El efecto de la polarización consiste en relacionar las palabras con nuestro estado emocional y no con los hechos. Encajan y confirman la emoción negativa y eso, y no su verdad o falsedad, es lo que les da crédito a esas palabras y provoca su difusión y aplauso. Así se hace más fácil la propagación de bulos y la desconfianza en las fuentes de conocimiento e información.
En segundo lugar, la polarización facilita la movilización de los adeptos. A partir del momento en que la verdad o falsedad no cuenta, a partir del momento en que el disparate es aceptable, cualquier bobo se siente seguro, es activo y eleva la voz para que lo oigan todos. Ni el desconocimiento ni la duda ni la vergüenza serán un freno. Si los independentistas son unos hijos de puta y mi furia al respecto es lo único que importa, decir que no dejan ir a mear a quienes hablan en castellano confirma mi furia contra esos hijos de puta y lo digo alto y claro, porque mi certeza no tiene que ver con la verdad o el disparate, sino con lo enfadado que estoy. Puede ser eso, o las feministas, los trans, los moros que están por todas partes o los socialcomunistas. Así se consigue un ejército que provoca la sensación de que son muchos y están «muy crecidos». Es además un ejército barato, no requiere formación ni cursillos, solo estar muy enfadados y creer que son a la vez la parte fuerte y la parte amenazada de la sociedad. No olvidemos que la gente siempre considera legítimas sus emociones. Podemos darnos cuenta de que nos equivocamos en algo que creíamos o que habíamos juzgado mal a alguien. Incluso podemos arrepentirnos de lo que dijimos en un momento de enfado. Pero cuando estamos enfadados, contentos o asustados, nunca aceptamos que sea erróneo nuestro enfado, nuestra alegría o nuestro miedo. Las emociones siempre son apropiadas y cuanto más vivas sean menos datos o justificación exigiremos.
En tercer lugar, la polarización hace ensimismados los temas de discusión, los aísla y los hace amnésicos. Se puede decir una cosa y la contraria sin problema. No hay memoria ni hay relación entre las cosas. En un ambiente polarizado esto lo puede hacer cualquier fuerza; en realidad, la política está llena de incoherencias. Pero quienes promueven la polarización lo hacen sistemáticamente y no en lapsos largos de tiempo, sino en cada tuit.
En cuarto lugar, la polarización altera el marco de lo que es moderado o extremista. Cuanto más lejos se lleve una trinchera más al extremo quedará la posición de partida. Puede parecer extremista la igualdad entre hombres y mujeres o que las fortunas que se heredan sin trabajar paguen impuestos. La propia Constitución es muchas veces extremista en el marco de discusión actual. Y a la vez se normaliza como una posición más el racismo explícito, el amparo a maltratadores o la benevolencia con la violencia racial.
Cualquier fuerza polariza en según qué contextos. No es intrínsecamente buena o mala, puede haber situaciones que requieran crispación. Lo específico de la extrema derecha es que que su práctica política, en la oposición y en el poder, necesita siempre el odio y el acoso de unos grupos a otros como ambiente propicio para el bulo sistemático y la intoxicación. Pablo Iglesias es una figura polarizante y por ello adecuada para contextos muy específicos, que no son el actual. Las buenas sensaciones que transmite Yolanda Díaz tienen que ver con su adecuación al contexto del momento. Entre otras cosas, su tono tiende a despolarizar, que es justo lo que conviene ahora tácticamente a la izquierda (y a la democracia). Si combinamos una línea reconocible dentro del Gobierno, firmeza donde se esperaba claudicación, visitas a un Papa que provoca síndrome de Estocolmo en la izquierda y confusión en la derecha y la atracción de la CEOE a posturas que rompen las maneras ultras de la derecha, la polarización se hace más difícil. Que tengan que recurrir los fachas a llamarla comunista o fea indica que de momento le sale bien la escenografía.
En política nunca se sabe cuánto hay de verdad en lo que parece. Estamos en Navidad y podemos sumarnos a las letanías de los Santos y rogar por claridad, rigor, doctrina, discernimiento, relativización y visión global, así se asfixien (políticamente) algunos.
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