Huele, bajo los cristales, huele. Ese olor a niebla oscura, pegada a la piel. Tapona los orificios nasales con un perfume a denso azufre, con repelencia y nausedad. Huele dentro de los cristales, Huele en este otoño atrapado de nuevo por el covid 19 que, parece, ha venido para morar.
Ahora que están cerradas las minas. Las minas del carbón en Asturias, en el resto de España y en algunos más países de Europa. Ahora que parece que las extracciones del planeta van a ser limpias, libres de polvo y paja, ausentes de contaminación. Ahora, todavía en estos meses del 2021 se sigue en mi ciudad quemando carbón y otros cutres derivados.
Las normativas están para ser cumplidas. Eso creo yo, aunque no sea experto en leyes ni en nada que se le parezca.
Pero hay una ley por encima de todas: La del sentido común.
Y al sentido común apelo para que estos conciudadanos nos respeten a los demás. Dejen a un lado ese egoísmo ancestral y carroñero del «yo, Yo y, después yo» y que se j. los demás.
Y, todo esto sin una sola coma demás, es perfectamente aplicable a esa «banda de s.» que pasan de la vacuna, que les importa un r. la salud del vecino, del de enfrente, del ciudadano de a pie.
Es una llamada al carbón, a la vacuna, a vida de convivencia. Al respeto de los derechos, a la vida en sociedad.
Así, sin literatura barata, sin palabras huecas de contenido y vacías de mensajes, elevo desde esta columna mi denuncia y apelo a la valentía, generosidad y sentido común a pequeños y mayores, a todo ser humano que se considere tal.
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