Unidad y éxito o confrontación y fracaso

OPINIÓN

Isabel Díaz Ayuso
Isabel Díaz Ayuso Isabel Infantes | Europa Press

24 nov 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Sí, lo reconozco, estoy desconcertado. Con Díaz Ayuso me pasa hoy lo mismo que, hace poco más de una año, con Álvarez de Toledo.

Esa «falta de complejos» —a mi entender, populismo— de la que hace frecuente uso la presidenta de la Comunidad de Madrid me genera desconfianza. Por otro lado, las formas, no así el fondo, del discurso de la que fuera portavoz del Grupo Popular en el Congreso de los Diputados distan de las que creo propias en la representante de una organización de centro-derecha.

La segunda fue fulminantemente cesada de su responsabilidad parlamentaria en el verano de 2020. La primera se encuentra inmersa en una crisis interna tras mostrar su deseo de una pronta celebración del congreso autonómico del PP de Madrid y anunciar que, en el citado cónclave, presentaría su candidatura a la presidencia de la organización.

Y aquí es donde hace acto de presencia mi confusión. Comentada mi impresión sobre ambas políticas, siento que me encuentro más cerca de ellas que de quienes, desde los despachos de la todavía sede de Génova 13, decidieron la defenestración de Cayetana y el freno a las aspiraciones orgánicas de Isabel.

Y es que ambas mujeres, elegidas personalmente por Pablo Casado, a nadie han engañado. De la falta de gusto por eso tan nefasto que algunos entienden como «disciplina interna», Álvarez de Toledo ya había dado muestras en tiempos de Mariano Rajoy; la espontánea Díaz Ayuso no comete irregularidad alguna al querer —como tantos otros líderes autonómicos de su partido, al frente del gobierno o en la oposición— dirigir la organización cuya lista encabezó, con incuestionable éxito, en las últimas elecciones a la Asamblea de Madrid.

Si bien el cese de la portavoz parlamentaria se quedó en no más de un par de semanas en las que el foco mediático se centró en una Cayetana dispuesta a opinar sin límites sobre aquellos que habían decidido su defenestración, y en estos días en la polémica promoción de su libro, la crisis entre la presidenta madrileña y la dirección nacional del Partido Popular puede dañar las opciones electorales del hoy principal partido de la oposición.

No acompaña el sentido común a Pablo Casado y a su segundo, García Egea, al lanzarse a un enfrentamiento con una de las personalidades más valoradas —sin duda por su dura crítica al Ejecutivo de Pedro Sánchez—por la mayoría del votante de centro-derecha.

Todas las encuestas, a excepción de las elaboradas por el CIS de José Félix Tezanos, coinciden en que, de celebrarse en estos días elecciones generales, el PP sería la fuerza más votada.

¿No confían el presidente y el secretario general de los populares en el augurado éxito en las urnas? Pues no puede entenderse esta batalla con Díaz Ayuso más que como parte de una «guerra preventiva» con la que reducir toda posibilidad —impidiendo la unión de poder político y orgánico— de esta última de acceder al liderazgo nacional de la organización tras una hipotética derrota electoral. Situación que Díaz Ayuso ha descartado públicamente.

Este enfrentamiento —ajeno a militantes, simpatizantes y posibles votantes del Partido— con campo de batalla en los mítines y con armamento de alusiones veladas y filtraciones, deja en evidencia las inseguridades de Casado y García Egea.

La situación aún puede reconducirse. El presidente nacional del Partido Popular debe llamar al orden a unos y otros —incluso a sí mismo— y centrar como único objetivo de la acción de su partido la configuración de una alternativa firme al actual gobierno del PSOE y Unidas Podemos. Evitando, llegadas las elecciones generales, la continuidad de Pedro Sánchez en Moncloa y el crecimiento de VOX.

Un partido político no es un club social, tampoco un ente donde rige un pensamiento único impuesto. Un partido político es un mero instrumento que nuestro sistema democrático establece como medio para articular la gobernabilidad y el control de la misma de las distintas administraciones.

Quien ve mermada su autoridad por la libertad con la que con éxito gobierna un compañero, debe replantearse su posición.