El Gobierno, según los papeles, proyecta cambiar a partir del próximo curso la enseñanza de lengua y literatura que reciben los escolares. El cambio se ha sintetizado así: menos sintaxis y más atención a la comunicación oral y escrita.
Según lo que ha trascendido del borrador de decreto sobre estas enseñanzas en la ESO, se busca la interacción oral y escrita adecuada en los distintos ámbitos y contextos y en función de diferentes propósitos comunicativos, así como con el fomento del hábito lector, la interpretación de textos literarios y la adquisición de un patrimonio cultural. Se pretende asimismo «favorecer un uso ético del lenguaje que ponga las palabras al servicio de la convivencia democrática, la resolución dialogada de los conflictos y la construcción de vínculos personales y sociales basados en el respeto y la igualdad de derechos de todas las personas». Otros objetivos son enseñar a leer no solo obras literarias, sino otro tipo de textos, para facilitar su comprensión e interpretación, y a buscar y seleccionar información, así como a comprobar su fiabilidad.
Todos los objetivos de los autores del proyecto están muy bien... hasta que se percibe que ese esfuerzo irá en detrimento de la sintaxis y la morfología. Al parecer, la enseñanza de la lengua está excesivamente centrada en el análisis sintáctico. Seguramente es así, pero no se puede prescindir de él, pues es una herramienta fundamental para que los niños y los adolescentes conozcan los mecanismos del lenguaje, que van a necesitar para alcanzar los objetivos que ahora se presentan como prioritarios. Igual que precisan conocimientos de morfología y de ortografía.
En esto, como en tantas cosas, la virtud está en el término medio. Y como en esta materia no hay precisiones matemáticas, será el buen juicio del profesorado el que busque el equilibrio que redunde en beneficio de los alumnos.
Otro tanto debe ocurrir con la enseñanza de la literatura. Tradicionalmente se basó en la memorización de información. Ahora se trata de superar eso, pero sin renunciar a tener conocimiento de los autores importantes y sus textos. Es importante leer el Quijote, pero también lo es saber de Cervantes, su vida y su obra. Y aprovechar la lectura de los grandes escritores contemporáneos para adquirir un buen sentido de la lengua.
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