Los descendientes del pionero participaron en una homenaje a los escaladores históricos del Urriellu
16 nov 2021 . Actualizado a las 19:10 h.Un 17 de noviembre de 1941 la vida de Pedro Pidal y Bernaldo de Quirós, Marqués de Villaviciosa de Asturias, se apagaba en su Gijón natal, en un piso de la calle Marqués de San Esteban.
En la trágica y desoladora España de posguerra, la figura de Pidal comenzaba su viaje a la eternidad y al Olimpo de los elegidos para convertirse en leyenda.
Cuentan quienes le conocieron bien y le amaron más allá del brillo de títulos y otros ornamentos sociales mundanos, que se fue muy solo, tal vez envuelto en una estela de olvido, que solo el paso del tiempo y el devenir de los acontecimientos se encargó de mitigar un poco.
En mis sueños de niña de mente voladora y volátil, me imaginaba a D. Pedro contándole a mi padre sus aventuras con Gregorio Pérez, «el Cainejo», y es que papá nos transmitía las andanzas y méritos del Marqués de Villaviciosa como si fuera un miembro de la familia, del que teníamos que sentirnos profundamente orgullosos y agradecidos.
Aquel sentimiento de admiración y gratitud ha vivido y pervivido en mi corazón como un intangible legado, y hoy más que nunca siento que papá tenía toda la razón cuando nos ponía como ejemplo a D. Pedro Pidal.
Como ejemplo de amor y respeto por la naturaleza. Como ejemplo de mente culta, cercana, sencilla y avanzada. Como ejemplo de universalidad y europeísmo. Como ejemplo de espíritu deportivo y olímpico. Como ejemplo de montañero enamorado de los Picos de Europa. Como ejemplo de aventurero con mucha cabeza. Como ejemplo de patriota, que supo usar estratégicamente su inteligencia, haciendo equipo con Gregorio Pérez, «el Cainejo», para conquistar la cumbre del Urriellu o Naranjo de Bulnes, antes de que lo hiciera un alemán.
Pedro Pidal fue un ser verdaderamente prodigioso e irrepetible. Una personalidad polisémica, un renacentista vocacional con inquietudes múltiples: pensador, escritor, empresario, deportista, cazador, montañero, alpinista y activista medioambiental, entre otras.
En mi humilde parecer, fue una persona sin dos complejos clave: sin complejo de ser español en una Europa infinitamente más desarrollada que la España de su tiempo, y sin complejo de superioridad por pertenecer a la clase alta, en un mundo donde las diferencias sociales eran hirientes.
Por ello contó entre sus amigos a pastores como Gregorio Pérez, «el Cainejo», en el que no solo confió como compañero de cacerías y de travesías por los Picos, sino como guía de montaña. Porque Pedro y Gregorio formaron la cordada más singular de la España y la Europa de su tiempo. Una cordada sin prejuicios, sin clase social, de paisano a paisano, de persona a persona, unidos en la conquista de una utopía, en un país oscurecido y sacudido por miserias, injusticias y una fuerte división política y social. Y así, haciendo equipo, parieron el alpinismo español.
Y aquella gesta es más que probable que supusiera un punto de inflexión existencial, a partir del que Pedro Pidal se volcaría en la tarea conservacionista de la naturaleza, convirtiendo a su Asturias del alma en una tierra pionera en las figuras de protección del medioambiente.
Pero como a todos los grandes, como a todos los seres luminosos en un país a menudo hundido en las tinieblas del rencor social y personal, en un país donde abundan surgencias de envidia y dolinas de ineptitud, a Pedro Pidal su mundo, su entorno no le ha hecho justicia. Y es que su legado tendría que estar mucho más vivo y ser una auténtica referencia para las generaciones presentes y futuras.
Desde niña, el Pozo de la Oración fue parada familiar irrenunciable. Para ver el Picu y para escuchar las historias de un tal Pedro y un tal Gregorio.
Hace pocos días, en la quietud y soledad de un atardecer otoñal de nubes y calimas, y luces que se resisten a desaparecer, fui al Pozo de la Oración, y sentí a mi alrededor una brisa leve y un susurro etéreo que decía: ¿Cómo has pasado el invierno, viejo amigo?
De repente me di la vuelta, y mi padre se me apareció contándome como aquella pareja de valientes conquistaron el icono pétreo, infinito, más deseado de todos los tiempos en la piel que habitamos.
Una lágrima silente, transparente, recorrió mi mejilla, como si fuera el agua del Cares horadando las entrañas de los Picos de Europa…
PD: El último fin de semana de octubre, cuatro bisnietos de Pedro Pidal - María, Marta, Carmen y Enrique - se sumaron al homenaje a los Escaladores Históricos del Picu Urriellu que tuvo lugar en Cabrales, mostrando a todos los presentes que el gran legado moral de Pedro Pidal sigue vivo.
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