Hay días que comienzan con una noticia amarga.
Como el día de hoy.
Ha muerto Vítor.
En Carbayín, con decir su nombre, bastaba.
En otros sitios, añadiendo, “el de la Malpica”, no había que decir nada más.
Vítor era uno de los últimos mohicanos de esa larga tradición de lucha de la minería asturiana para los cuales la pelea no terminaba al salir del trabajo, ni al jubilarse.
Gracias a gente como él, las zonas que tanto trabajo y tanta prosperidad aportaron al país no se resignan al abandono y a la lumpenización a los que las tenían abocadas los planes de liquidación de la minería del carbón impulsados por gobiernos de diferentes pelajes, pero igual de serviles al discurso neoliberal que fueron cómplices de la ruina de Asturias.
En esto, como en todo lo demás, Vítor fue muy claro.
Se enfrentó al cierre de los pozos y a la liquidación de Hunosa desde dentro, en el Pozu Pumarabule, y dando la cara, cosa nada fácil, apostándole al futuro de las cuencas contra el recurso fácil de aceptar la ruina de las generaciones posteriores a cambio de una buena salida personal.
En su pelea por dignificar la vida de los vecinos de Carbayín, Vítor era absolutamente tajante, sin importarle el color político de aquellos a los que defendía ni el de aquellos a los que consideraba que tenía que exigir cumplimiento de sus obligaciones políticas derivadas de los puestos que ocupaban.
Vítor era terriblemente exigente, con los suyos sobre todo.
Pertenecía a esa tradición de izquierdas a la que no le cuadra el cinismo y a la que no le sirven las grandes palabras ni no van acompañadas con una práctica coherente.
Conocí a Vítor cuando fui destinado a la oficina de Cajastur en Carbayín.
A lo largo de los años, hablamos de muchas cosas, no sólo de lo que opinábamos sobre lo que pasaba en Asturias.
Hablamos, por ejemplo, de la novela El Don Apacible, de Mijaíl Shólojov, de la que recordaba muchos pasajes.
Porque Vítor, más allá de su discurso frontal y enérgico, tenía una cultura que enlazaba con la de aquellos ateneos y centros obreros ligados al esplendor organizativo de la clase obrera asturiana, donde la instrucción y el conocimiento era parte de la militancia y de la organización.
En este día amargo por la noticia de su muerte, quiero recordar un par de anécdotas que resaltan la conciencia de clase y, sobre todo el instinto de clase (saber siempre de qué lado hay que estar, sin necesidad de profundos análisis) que poseía Vítor.
Cuando se pretendió cerrar los economatos de la antigua Hunosa, entre ellos, el de Carbayín Alto, la primera preocupación de Vitor fue impulsar movilizaciones desde las asociaciones de vecinos de la zona para conservar, no sólo el servicio que dicho economato brinda, sino muy especialmente, los puestos de trabajo de quienes trabajaban en él.
Y, en lo personal, nunca voy a olvidar que, cuando se enteró que Liberbank iba a transformar la oficina de Carbayín en una agencia a cargo de un trabajador autónomo, Vítor, preocupado por el futuro laboral de los dos compañeros que trabajábamos allí, llegó a la oficina y preguntó: ¿Ónde hay que encerrase?
Así era Vítor, el de la Malpica.
Y así voy a recordarlo siempre.
*Marco Antuña es trabajador de Unicaja Banco
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