Pese a las sucesivas crisis producidas por el alza de los precios de los combustibles fósiles desde hace décadas, la economía mundial lejos de buscar alternativas más sostenibles que favorezcan el autoabastecimiento y la suficiencia energética, ha permanecido anclada en prácticas tan obsoletas como ruinosas. Así, no solo la mayoría de los transportes siguen funcionando gracias a la combustión de los derivados del petróleo, sino que, tras accidentes tan devastadores como el de Chernóbil o Fukushima y debido a la alta contaminación por la quema del carbón, gran parte de las centrales eléctricas funcionan con gas. Por si ello no fuera suficiente, en la mayoría de los hogares y edificios se utiliza el gas para la calefacción. Nuestra dependencia es de tal calibre que la irracional subida de los precios del mercado y el monopolio del suministro amenazan con hacer tambalear la recuperación económica y el funcionamiento cotidiano. Basta echar un vistazo a nuestras cocinas para darnos cuenta de que todo funciona enchufándolo a la red eléctrica.
Pero, siendo catastrófico para los ciudadanos, sobre todo, para los más vulnerables, lo realmente grave es que no tenemos margen de maniobra para librarnos de la trampa en la que hemos caído por la no implementación de una eficaz y eficiente estrategia a medio y largo plazo para utilizar energías limpias y renovables. Si el año pasado Ucrania se vio contra las cuerdas por el cierre del gasoducto proveniente de Rusia, ahora es Moldavia la que está al borde del colapso. Gazprom, cuyo propietario mayoritario es el Gobierno ruso, ha reclamado a este pequeño país el pago de los 700 millones de dólares que adeuda. Su exigencia es una cuestión empresarial, sin duda, pero la subida del precio de 148,8 a 790 dólares por cada mil metros cúbicos en solo un año va más allá. La especulación y la avaricia no son la única razón. Parece obvio que detrás se encuentra la represalia del Kremlin por lo que entiende la injerencia de la Unión Europea en su esfera de influencia, es decir, Ucrania y Bielorrusia. Y es que a los matones no les gusta que nadie les rete.
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