Cada vez lo tengo menos claro, y así no hay quién se aclare. A ver si de una vez por todas todos esos perfectos y militantes de lo políticamente correcto fijan una directriz que apliquen por y para siempre: ¿Se puede pitar y abuchear, sólo cuando no sean de los tuyos o nunca?
Esto viene a colación de la pitada a Pedro Sánchez en el desfile de las Fuerzas Armadas por el 12 de octubre. Que por otra parte, puede ser el día en el que más tonterías pueden escucharse por minuto: por parte de la mayoría de los políticos, unos y otros sin distinción, y también de la ciudadanía, que si leyéramos un poco más y conociéramos nuestra historia antes de desacreditarla nos iría mucho mejor.
Siempre me ha llamado mucho la atención la gente que va a los eventos a protestar, sólo para mostrar su disconformidad, en qué piensan. Tanto sea los que pitan al himno nacional en una final de la copa del rey, en lugar de disfrutar del deporte; como los que increparon a gritos y silbidos a Sánchez, cuando podían estar disfrutando del vermú; los que patalean en la Ópera de Oviedo porque por los altavoces emiten unas instrucciones en asturiano, y estaban mejor leyendo el libreto de la obra o los que protestan una tarde de viernes en la Escandalera contra los Premios Princesa, desaprovechando una tarde de viernes haciendo algo que de nada les va a servir.
Creo poco en todas estas reivindicaciones absurdas, porque dudo mucho de su poder e influencia para cambiar algo, la mayoría de las veces, por no decir todas, sólo sirve para la autoafirmación de los que generan estas críticas y nada más. Crean una grey identitaria, donde todos actúan en comandita, y piensan que sus actos van a ser revolucionarios y cambiarán el mundo. Cuánto adanismo e ingenuidad.
Yo creo en la libertad absoluta de todos los ciudadanos para exponer sus quejas, ya sea con abucheos, pitidos, cencerros, con lo que quieran. Siempre que no sea por medio de la violencia, no veo por qué no. La queja es libre, y aunque no sirva de nada, al que la emite le sirve de desahogo. A mí, la verdad, pocas veces me verán en esta actitud, porque uno es más de hacer y a la hora de pontificar, en caso de que tuviera que hacerlo, creo más en el ejemplo, en hecho mostrado y visible que en la palabra dada. Muchas palabras y silbidos que de poco sirven, nada cambian y sólo ratifican las ideas propias.
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