La rama afgana del autodenominado estado islámico hizo estallar la semana pasada una bomba en una mezquita de culto chií en la ciudad norteña de Kunduz, ocasionando -las cifras varían según la fuente- la muerte de, al menos 50 personas y el doble de heridos. ¿Es casualidad que esta masacre haya tenido lugar el día anterior a la reunión de alto nivel entre una delegación talibán y otra de EE.UU. en Catar? Puede ser, pero lo cierto es que el aumento de los ataques de pequeño nivel en las provincias orientales, sobre todo, en Kandahar, prueban que este grupo terrorista lejos de haber perdido la guerra contra los talibanes, los otros fanáticos de la rama suní que ahora gobiernan Afganistán, cuestiona cada vez más su liderazgo y amenaza con una deriva hacia la inestabilidad. Una inestabilidad que preocupa en gran medida a EE.UU., porque afecta a la seguridad de sus nacionales, del resto de los extranjeros así como de los colaboradores afganos todavía atrapados en aquel país y aquellos otros que deben permanecer para llevar a cabo su trabajo. Pero, también porque, la amenaza terrorista que Washington afirmó haber liquidado tras haber cumplido su «objetivo» de eliminar a Bin Laden, paradójicamente, parece haber recobrado ímpetu tras la fulminante victoria talibán.
Por su parte, los talibanes necesitan desesperadamente que EE.UU. desbloquee los fondos depositados en la Reserva Federal, unos 7.000 millones de dólares, entre efectivo, bonos y oro para hacer frente a los gastos de mantenimiento del país. Los afganos que trabajan para el Estado hace meses, antes incluso de la toma del poder por los talibanes, que no cobran sus salarios haciendo inviable su supervivencia y el funcionamiento de los servicios esenciales. Pero, además los talibanes precisan recuperar o, al menos, ganar un poco de confianza para revitalizar la actividad económica, especialmente con la apertura de los pasos fronterizos ahora paralizados. Cuestiones de suma relevancia difíciles de lograr mientras el espinoso asunto de los derechos de las mujeres no sea afrontado con algo más que tibias declaraciones de respeto a sus creencias.
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