Despropósito en el Centro de Salud de Pumarín

Álvaro Boro

OPINIÓN

Sala de espera
Sala de espera

01 oct 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Este lunes tuve que acompañar a mi abuela a realizar un análisis de sangre y a una consulta con la enfermera al Centro de Salud de Pumarín, y la verdad que pocas pudieron ser peor, lo único que se salvó fue el trato y la atención de las enfermeras.

Mi abuela tiene 93 años, muy bien llevados, es verdad, pero los años ahí están: más cerca del incienso y los crisantemos y lirios que de las margaritas y las rosas. Allí la habían citado a las 8.45, allí llegó antes de tiempo, con la prisa que tienen los ancianos porque no tienen nada que hacer. Allí estábamos los dos diez minutos antes, tratando de evitar la lluvia que caía pegándonos a la cornisa. Al raso, porque con el covid no dejan entrar ni resguardarse del agua ni aliviar la pesadumbre de esperar de pie a la gente mayor. Media hora, una hora, hora y media, de pie, al aire libre, esperando, viendo como un celador leía una lista de forma parcial y absolutamente discrecional, dando prioridad a los que a él le parecían mientras otros esperaban. Y no sólo era el caso de mi abuela, había muchos más; incluso personas a las que habían citado pero no salían en la lista de este individuo. «No es cosa mía, preguntad ahí en la ventanilla», les decía.

Casi iban a dar las 10:00, mi abuela estaba cansada, lo normal, todos lo estábamos, pero una persona de esa edad aún más. Así que decidimos entrar, que se sentara, como ella otro señor de 90 años, al que le habían perdido la analítica o los resultados, el hombre y la nieta que como yo acompañaba a su abuelo no sabía bien qué había pasado. El tipo puso un poco de morros, pero antes de que dijera nada ya estábamos dentro. Hubo que quitar algún cartel de no sentarse y alguna cinta para que todos tuvieran sitio; es más, un joven se levantó y cedió su sitio y su turno para que pasara la gente de más edad: no todo está perdido.

Con un retraso de casi una hora y media pasamos a hacer la analítica, las enfermeras fueron de lo más agradable, pero un poco superadas por la carga de trabajo. Eso sí, el ritmo de trabajo como siempre: diésel. Pero aquí no acaba todo, sigue el caos y el despropósito. Después tocó visita a la enfermera, por lo que tuvimos que esperar otra hora más, como poco. Yo ya estaba harto y cansado, no les digo cómo estaba mi abuela, que amagaba con irse a cada poco. «Esperar algo es normal, está bien, pero esto ya no». Así fue, que se abrió la puerta y se lanzó cual puma a por su presa, se coló en un turno que no era el de ella pero estaba vacío.

Gracias a Dios todo estaba bien, no hubo problema, pero toda una mañana, más de tres horas, para una analítica y tomar la tensión mete miedo. Valía más un trato más ramplón al paciente y mayor efectividad. Trabajan con personas y hay urgencias e imprevistos, lo sé, pero esto tiene que estar planificado de antemano.

Esta larga espera no ha hecho más que acrecentar lo que ya tenía claro desde la pandemia: tenemos un sistema sanitario que creíamos el mejor del mundo y es regulero y deficiente; eso sí,  con muy buenos profesionales, no todos, que hacen que se sostenga.