En las elecciones de mañana en Alemania hay una clara favorita. El problema es que no se presenta: es Angela Merkel, que cuenta con casi un 70 % de aprobación entre los alemanes. En cuanto a los candidatos que sí se presentan, cuando se pregunta por ellos a los electores un 45 % elige la casilla de «ninguno de ellos». Esto ha convertido la campaña electoral en un trámite penoso, en un casting fallido. Es lo que explica las extrañas fluctuaciones en las preferencias del público: no son el producto de una competición llena de suspense, sino el gráfico de la indecisión entre varias soluciones insatisfactorias. Es muy significativo, en este sentido, constatar que la primera caída en las encuestas de los cristianodemócratas de la CDU benefició a los verdes, pero, después de una breve recuperación, su segunda caída ha beneficiado a los socialdemócratas. Parece claro que los alemanes no le dan demasiada importancia a la ideología y lo que buscan en estas elecciones es un remedo de Merkel, alguien que ofrezca seguridad y un cierto grado de unidad transversal. Y si no conceden tanta importancia a la diferencia entre partidos es, precisamente, porque ese es el paisaje político que ha esculpido Merkel durante su larga sucesión de mandatos. La canciller movió a la CDU desde el centroderecha al centroizquierda; forzando al SPD a unirse a ella en «grandes coaliciones», lo arrastró casi al mismo espacio político; ha cerrado las centrales nucleares y adoptado muchos elementos del programa de los Verdes. El resultado es que un segmento importante del electorado alemán es ahora indefinidamente merkeliano, y flota entre esos tres partidos. El presunto heredero natural de Merkel, el cristianodemócrata Armin Laschet, no les convence, y durante un tiempo se decantaron por la líder verde, Annalena Baerbock; pero en el tramo final parecían contentarse con Olaf Scholz, el candidato socialdemócrata, en parte porque su papel en el Gobierno le asimila más a la figura de gestora que representaba Merkel, y en parte porque, al haber hecho una campaña más mediocre y apagada, es el que menos se ha desgastado.
Se espera que el resultado inevitable de una campaña indecisa sea un Parlamento fragmentado, por lo que, una vez más, será necesario hacer equilibrios con las coaliciones. Si Scholz finalmente gana (lo cual parece lo más probable, aunque no es seguro) posiblemente tenga que pagar el precio de esa asociación con la imagen de Merkel y repetir otra «gran coalición» con la CDU con el elemento añadido de los liberales del FPD o los Verdes. También existe la posibilidad de que revolucione el tablero político formando una coalición de izquierda con los Verdes y Die Linke, aunque los recelos que suscita este partido heredero de los antiguos comunistas de Alemania Oriental podrían pasar factura a los socialdemócratas en el futuro. Si al final, inesperadamente, ganase la CDU, se repetiría el mismo escenario de las elecciones del 2017. Entonces, la CDU intentó formar una coalición con los Verdes y los liberales, pero al final no tuvo más remedio que volver a la «gran coalición» con el SPD. Quizás ahora será distinto, pero no parece fácil. El legado de Merkel empieza a parecerse a una parálisis política.
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