Uno de los grandes problemas históricos del PP es que sus votantes son más de derechas que sus dirigentes nacionales. No todos, evidentemente, pero sí la mayoría. Los populares llevan décadas viajando al centro, pero sus bases no acaban de llegar. Algo que detectó en su día el vitriólico dirigente socialista Alfonso Guerra, que se burlaba del PP por esa supuesta querencia centrista. «Llevan años viajando al centro y todavía no han llegado. ¿De dónde vendrán, que tardan tanto?», se preguntaba. Ya en 1990, el primer congreso del partido con las siglas PP, en el que Manuel Fraga cedió el testigo a un joven Aznar, se celebró bajo el lema «Centrados en la libertad». Luego, en 1996, Aznar celebró el congreso que pasó a la historia como el del «viaje al centro». El ex líder del PP renegaba entonces incluso de la denominación de centroderecha y se inventó aquello del centro reformista.
El desgaste de Felipe González permitió que en 1996 el PP recibiera apoyos de gente que nunca había votado a la derecha y que en el 2000 Aznar llegara a la mayoría absoluta. Algo que se repetiría en el 2011 con el desgaste de Zapatero y la mayoría absoluta de Rajoy. Pero el votante fiel del PP, el núcleo duro de sus bases, era y sigue siendo más de derechas que Génova. Así lo reflejan las series históricas del CIS. En el último barómetro, siendo el 1 lo más a la izquierda y el 10 lo más a la derecha, casi la mitad de los votantes del PP dicen estar entre el 7 y el 10. Y eso que, como ya explicó el tristemente desaparecido Germán Yanke en su libro Ser de derechas. Manifiesto para desmontar una leyenda negra, a los españoles de derechas les cuesta reconocer que lo son. Como muestra, los votantes de Vox (¡de Vox!) se sitúan a sí mismos solo en un 7,4.
El hecho de que las bases del PP son más de derechas que sus dirigentes nacionales es más acusado en Madrid. Eso explica las victorias de Esperanza Aguirre mientras Rajoy huía de la palabra derecha como de la peste. Y el triunfo de Isabel Díaz Ayuso cuando Pablo Casado tampoco menta la bicha. Ayuso no solo conecta con esas bases más conservadoras del PP, sino que ha hecho que cientos de miles de madrileños que decían ser de centro se quiten el complejo de definirse como de derechas y presuman de no tragarse algunos de los dogmas culturales creados por la izquierda que casi todos los dirigentes del PP han asumido como suyos.
Todo esto lo sabe Casado. Y por eso es penoso ver su insuperable miedo a Ayuso, que le lleva a entrar torpemente en las impresentables provocaciones de Aguirre. En unas primarias para liderar el PP de Madrid, Ayuso arrasaría con un 90 %. Y si fueran del PP nacional, probablemente ganaría también. Resulta por ello ridículo que, para intentar que no le haga sombra, Casado pretenda que el PP de Madrid sea una excepción y no lo dirija la presidenta regional, sino una tal Ana Camins, a la que no conoce nadie, o que promocione como alternativa a Martínez-Almeida. Algo con lo que solo conseguirá hacerse daño y hacérselo al alcalde. Si se empeñan en plantearle una guerra a Ayuso, ambos acabarán estrellados.
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