Está claro que para gustos se pintan colores. No hay más que ver cómo fue interpretada la Diada de Cataluña: para los periódicos editados en Cataluña, la manifestación consiguió demostrar el músculo independentista; hubo menos gente que los años pasados, pero hubo una concentración humana y una fortaleza que no se debe despreciar. Para los diarios de otras partes de España, el descenso de asistentes ha demostrado dos cosas: el claro descenso del seguimiento popular del independentismo y la pérdida de fuerza del president Pere Aragonès ante la próxima reunión de la mesa de diálogo. El domingo y ayer se publicaron crónicas a las que solo faltaba decretar la disolución de la fiebre secesionista.
La verdad, como siempre, quizá estuvo en el medio: ni hubo tanta asistencia popular como vieron los catalanes ni tanto decaimiento como se vio en otras partes. Las fotos siguen mostrando multitudes y hay que convenir que, aunque hayan estado el 10 % de los asistentes de otros años, no suelen verse manifestaciones de cien mil personas. A mi juicio, lo que importan son otras medidas. La principal es que se confirmó la división del independentismo, formalmente escindido entre quienes proponen un tránsito negociado hacia la autodeterminación y quienes no creen que la autodeterminación se pueda negociar. «La mesa de diálogo es un cuento, no hay diálogo ni lo habrá», dijeron portavoces de estos últimos.
Como consecuencia de esa división, los contrarios al diálogo se han radicalizado. Llegaron a llamarle traidor a Oriol Junqueras, como si el líder de Esquerra fuese un asqueroso españolista. Y en los discursos se pudo escuchar algo de fuerte impacto, que recuerda la facilidad de los indepes para crear eslóganes: «la independencia no se pide, se toma». Supongo que esta frase ha sido fabricada en la factoría de la CUP o del fugado Puigdemont, me da igual. Pero tiene fuerza y lo peor: es la puñetera verdad de los procesos de ruptura de una nación. Incluso se le podría añadir otra consideración peor: la soberanía nacional solo se consigue con dureza; por la violencia.
Si este ha sido el mensaje que deja la Diada, Pere Aragonès queda muy presionado para negociar con Pedro Sánchez y queda certificada la deriva todavía más radical del separatismo. Pido atención al eslogan, porque los movimientos de rebeldía política necesitan el empuje de una idea-fuerza. Por citar un ejemplo muy conocido, aquella imbecilidad del «España nos roba» hizo más daño que todas las acciones parlamentarias y las movilizaciones del procés. Si esa va a ser la tendencia dominante de una parte del independentismo escindido, no hemos avanzado nada. Habrá menos gentío en las manifestaciones tradicionales, pero más duro, menos pacífico y con más voluntarios para la agitación. Cuando pase la mesa de diálogo, quizá vuelva aquel mandato de Torra: apretéu.
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