Tras 16 años en el poder, Angela Merkel se retira. Y lo hace con el reconocimiento e incluso la admiración, en mayor o menor medida, de derechas e izquierdas, como me decía hace unos días el escritor Fernando Aramburu, autor de Patria y residente en Hannover. Es la «madre de Alemania» -así la calificó- y va a dejar un gran vacío, no solo en su país, sino en Europa. Es la última gran estadista en una generación de gobernantes mediocres. Irse así no es nada fácil después de tanto tiempo, solo hace falta recordar cómo lo hicieron Suárez, Felipe González, Aznar, Zapatero o Rajoy. Merkel se va invicta en las urnas, gobernando en coalición con los socialdemócratas y manteniendo el veto a la extrema derecha. Su último legado ha sido declararse, por fin, feminista. No se trata de hacer una hagiografía de Merkel, una política implacable que ha tumbado uno a uno a todos sus rivales políticos -casi todos hombres-, empezando por su padrino, Helmut Kohl. También es la dirigente que sometió a durísimas políticas de austeridad a los países del sur durante la anterior crisis. Pero, con todo, las luces superan con mucho a las sombras. Ha mejorado con el tiempo y sobrevivido a cinco primeros ministros británicos, cuatro presidentes estadounidenses, tres españoles y ocho italianos, como recuerda Ana Carbajosa en una biografía muy recomendable que acaba de publicar, Angela Merkel. Crónica de una era (Península). Podríamos decir que es el centroderecha que muchos desearíamos tener en España, centrado, constructivo, feminista (sin peros ni adjetivos), con sentido de Estado y que sabes que nunca pactará con la ultraderecha. Para Casado debería ser el espejo donde mirarse, pero está en las antípodas.
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