Hay fechas que jamás se olvidan. No se borran del calendario ni con un quemador de gas. Días que se quedan grabados para siempre, tatuados en la Historia. El 11S es una de esas jornadas límite. Todo el mundo, si hace memoria, sabe perfectamente qué hacía o dónde estaba cuando los aviones impactaron como misiles contra las Torres Gemelas. Un atentado que solo trajo destrucción y caos. Un acto terrorista que creó el nuevo desorden mundial. Que agitó un avispero, que multiplicó la desesperación.
Seguimos en ese desorden mundial. Seguimos en guerra. A veces dan ganas de pensar que, como dice el nobel Le Clezio, somos tan torpes que la pandemia no es más que otro síntoma de que estamos en guerra contra nosotros mismos. Empeñados en despeñarnos. El ser humano es una especie que, en ocasiones, en demasiadas ocasiones, en sus búsquedas, alcanza la autolesión. Se daña a sí mismo, daña a sus semejantes. Castiga la casa en la que vive.
¿Quién manda en el planeta después de aquel 11S que en Nueva York dejó miles de víctimas y que, en el resto de los países, vimos por televisión con la certeza de que la realidad superaba ampliamente a la ficción? Si un escritor plantea ese guion, es muy probable que la productora le hubiese tirado de la oreja por exagerado. Utilizaron los aviones como armas perfectas y pusieron en jaque a la supuesta primera potencia mundial. Estados Unidos de América, expertos en perder guerras. En Vietnam, en Afganistán. Líderes en retiradas. La pregunta, después de estos veinte años, está más encima de la mesa que nunca. Repito: ¿quién manda en el planeta después del 11S? Manda el dinero, como siempre. Y si tenemos que ponerle una bandera al mástil del poder debe ser la bandera de China la que ondee en lo más alto. Putin cree que manda. Biden ya sabe que no manda. Europa es un chiste de acomplejados. Boris se ha ido de Europa para organizar una especie de barra libre, en la que aún no sabe qué va a servir. En el mundo manda China. Fue el escritor creador del inspector Wallander, Henning Mankell, el que lanzó la voz de alarma. «Vuelo con frecuencia a África y me he dado cuenta de que, de forma silenciosa, cada vez más, los aviones van con presuntos hombres de negocios chinos que se están quedando con el continente africano», explicaba más o menos.
Resumiendo: el dinero, todavía los estados del petróleo, los jeques que pueden quemar montañas de dinero por afición, el dinero de las grandes corporaciones que manejan a las marionetas de los políticos, que ponen y quitan en países clave, ayer Sarkozy, hoy Macron, mañana quién sabe, si no Le Pen; y el poder chino.
Veinte años del 11S y qué se ha multiplicado: esas fortunas de los de siempre, el poder de China que alcanzará Afganistán y, cómo no, los campamentos de refugiados, los muertos en las guerras, en Irak, en Siria, las víctimas de las mafias, la inmigración del hambre, el castigo a los bosques, el daño a los recursos. Hace mucho que en Occidente no tenemos el mando. El mando de la tele ya no nos sirve para nada. Y el de las plataformas de ocio es cloroformo para mantenernos estupidizados.
Los derechos humanos, más torcidos que nunca.
Comentarios