Tenía 15 años cuando estaba viendo la televisión y cuatro aviones pusieron en vilo al mundo entero. Era el 11 de septiembre de 2001 y en riguroso directo pudimos ver una de las torres gemelas en llamas cuando, de repente, otro avión chocaba contra la otra. Poco después, un tercer avión caía contra la fachada oeste del Pentágono y un cuarto fue derribado poco antes de llegar a su pretendido destino, el Capitolio. Claramente no eran accidentes, sino atentados terroristas, algo que para Estados Unidos era inédito dentro de su territorio. ¿Las consecuencias? Supuso el inicio de muchas acciones a nivel internacional. Lo primero que se hizo fue identificar quienes eran los culpables de aquella atrocidad. Empezamos a escuchar el nombre de Al Qaeda y de su líder, Osama Bin Laden, que vivía en Afganistán gracias a la protección de los talibanes.
Día sí y día también el país era noticia mientras íbamos haciéndonos expertos en yihadismo. La administración Bush decidió desplegar toda la fuerza militar que pudo con el objetivo de acabar con aquel régimen totalitario, que por cierto había sido armado por los propios norteamericanos cuando no eran enemigos para luchar contra los soviéticos.
Han pasado 20 años y nunca se declaró ninguna paz en el país, y ahora, esos mismos que eran tan malos y había que eliminar del mapa, han vuelto a tomar el poder. Se teme que el país vuelva a estar controlado por la versión más integrista y cruel, especialmente contra las mujeres, los niños y con toda aquella persona que colaborase o trabajase con las potencias que estuvieron allí, entre otras España. La pregunta en los países occidentales es necesaria. ¿Para qué sirvió todo esto? ¿Para que Estados Unidos justificase su venganza y nos enseñase las vejaciones y las torturas en prisiones como la de Guantánamo? Se dejaron muchas vidas, dinero y esfuerzos para ahora salir literalmente corriendo. Encima, se ha abandonado a su suerte a la población más vulnerable, la que menos culpa tiene de todo.
Las imágenes de ese avión en marcha con miles de personas corriendo por la pista es una de las pruebas más claras de lo que la desesperación conlleva. Cuando lo has perdido todo, toca intentar cualquier cosa con tal de sobrevivir. Da lástima la cantidad de imágenes que circulan por redes sociales del Afganistán de los años 60 como un país muchísimo más avanzado al de la actualidad. Joe Biden lleva pocos meses en la Casa Blanca y sin duda este tema es una herencia recibida y no solo de su antecesor, pero al margen de que sea demócrata o republicano quien esté en la Casa Blanca, se ha visto de nuevo que Estados Unidos sigue sin conocer los países que invade.
Su papel fue determinante en la II Guerra Mundial, pero la reconstrucción de países como Alemania e Italia se pudo dar porque en Europa tenemos muy integrado el concepto de nación. Ahí es donde los norteamericanos fallan una y otra vez. ¿Podemos decir que al final Afganistán o Irak son más seguros y democráticos gracias a las intervenciones militares de países occidentales? Lamentablemente creo que no.
Me alegro un montón de la decisión tomada en Gijón/Xixón para poner fin a la tauromaquia. Creo que es una buena noticia para Asturias/Asturies que seamos un territorio más en España libre de esta mal llamada «fiesta», y que poco a poco esta salvajada se extinga. Lamentablemente no lo será a corto plazo y habrá que seguir insistiendo en que no es un evento cultural ni un buen ejemplo para nuestro país, o a mí al menos me repudia que fuera de nuestras fronteras me identifiquen con una actividad que aborrezco y que me parece cruel e injustificable para una nación moderna y acorde a los tiempos que nos tocan vivir.
Me alucinan argumentos del tipo «si no te gustan no vayas», otros acusando a la Alcaldesa de la ciudad de imponer su «radical» ideología (por el nombre de dos toros, «Feminista» y «Nigeriano») mientras utilizan de manera torticera una palabra tan bonita como es «libertad» para intentar justificar que somos libres de ir o no a verlos. También espero que la novillada del domingo en Cangas de Onís/Cangues d'Onís se vea como una errónea decisión por parte de quienes la han permitido y que no se vuelva a celebrar en el futuro.
Si las previsiones no fallan, la actualización de la Estrategia de Salud Mental para 2021-2026 podría quedar aprobada por fin en el próximo otoño en el seno del Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de Salud. En el borrador se recogen importantes diferencias a la anterior realizada, que data de 2009, y es obvio que las consecuencias que ha acarreado la pandemia deben estar incorporadas para aplicarse a toda la población en general, aunque muy particularmente a los más jóvenes. Es una buena noticia porque es evidente que la salud mental ha sido la gran olvidada en nuestro sistema sanitario (los datos nos dejan muy claro que ya vamos tarde, pero mejor eso que nunca) pero al final se ve que poco a poco se está intentando corregir este déficit.
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