Solo siete meses después de jurar como presidente, Joe Biden tiene ya su particular Vietnam con la catástrofe de Afganistán. Muy pocos políticos han sido recibidos con tanto entusiasmo como el que él despertó, no solo en Estados Unidos sino en todo el planeta. Únicamente las grandes esperanzas depositadas en Barack Obama pueden compararse. El primer político negro en ocupar la Casa Blanca fue un buen presidente, pero acabó decepcionando finalmente la confianza de muchos de sus votantes en que impulsaría un profundo cambio social enfrentándose a las élites y reduciendo la enorme desigualdad; y la de la comunidad internacional, que aspiraba a que Obama diera un giro al papel de Estados Unidos en el tablero político mundial. El mantenimiento de la cárcel en Guantánamo, el uso militar indiscriminado de drones o la no intervención en la guerra de Siria son muestras de esa decepción. Pese a ello, la figura de Obama se eleva políticamente a años luz de lo que representa Biden, cuya llegada a la presidencia solo se explica como única alternativa a la desgracia para Estados Unidos y para el mundo que supuso el mandato de Donald Trump, el peor presidente en la historia de su país y una vergüenza que los norteamericanos tardarán mucho tiempo en expiar.
El balance final de Obama estuvo por debajo de las expectativas. Pero Biden solo ha necesitado unos meses para decepcionar. Aunque el progresismo internacional le perdona errores con los que se habría cebado en caso de proceder de otros, como llamar directamente «asesino» al presidente de Rusia, Vladimir Putin -al margen de que realmente lo sea-, o confundir reiteradamente en foros internacionales a Siria con Libia, será la catástrofe de Afganistán lo que marcará indeleblemente su mandato. «Seré un aliado de la luz y no de la oscuridad», prometió Biden en campaña, en un discurso tan grandilocuente como vacío. Hoy, deja Afganistán sumida en la absoluta oscuridad, condenada a revivir las ejecuciones públicas, las amputaciones y los latigazos, y a todas sus mujeres de ese país sometidas a la tortura perpetua del burka y la amenaza del azote o la lapidación.
Naturalmente, sería injusto cargar a Biden en exclusiva lo que es un fracaso absoluto y humillante del que son partícipes no solo sus predecesores en el cargo, sino todo Occidente. Pero hace solo un mes, Biden afirmó con prepotencia que «los talibanes no son el Ejército de Vietnam del Norte» y no son «ni remotamente comparables en términos de capacidad». Y presumió de la «capacidad del ejército afgano» entrenado por Estados Unidos para contener a los salvajes. Pocos días después, los talibanes arrasaban a ese ejército de pacotilla y entraban triunfantes en Kabul. Biden, cobarde, se excusa ahora en que heredó de Trump el plan de retirada. Algo que no es cierto, porque la salida ya se planeó en época de Obama. Pero es que, achacando a Trump la culpa de este desastre total, lo que hace Biden es dar por bueno el plan de su irresponsable predecesor, pero admitir sin embargo que él lo ha gestionado pésimamente.
Comentarios