Andan las aguas revueltas en las redes con una polémica que parece de del siglo XX, cuando desde los púlpitos se decidía lo que estaba bien y lo que estaba mal.
Los ofendidos protestan por el cartel de un concierto de la cantante Zahara en Toledo. ¿Por qué? Porque aparece caracterizada como una de las típicas efigies de vírgenes de iglesia y lleva una banda de miss con la palabra «Puta» (el título de su último disco). Y ese es el motivo de que se haya producido una petición de Vox (sí, los mismos que criminalizan a los menores inmigrantes en la propaganda electoral) para retirar la promoción y cancelar la actuación con la excusa de que se ha producido una «ofensa extrema». ¿Han tenido éxito? Pues no. Aunque el ayuntamiento, gobernado por el PSOE, ha estimado parcialmente la petición, en Twitter se ha generado una corriente contraria a la censura que ha convertido la imagen en viral y ha disparado la popularidad de la artista y del evento.
Esta batalla cultural llama la atención. Las críticas y rechazos siempre son legítimas y admisibles, pero, ¿por qué las autoridades hacen caso a peticiones que hace 20 años hubiéramos desdeñado con un simple «ya están estos con sus historias»? ¿Quieren evitar la controversia o creen que hay motivo para el escándalo? Si es así, hemos involucionado.
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