Los turistas espaciales

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado VUELTA DE HOJA

OPINIÓN

ed

25 jul 2021 . Actualizado a las 10:50 h.

De niño me perdí el primer alunizaje. Tenía cuatro años y mis padres me mandaron a la cama a las ocho, mucho antes de que Jesús Hermida narrase emocionado la llegada del hombre a la Luna. Era el momento más grandioso del siglo XX y yo me lo pasé durmiendo. De aquella hazaña solo me llegaron algunos ecos lejanos, de los que el único recuerdo vívido son las monedas de chocolate que había luego en las dulcerías, con la efigie de Kennedy en una cara y en la otra Armstrong dando su paseo lunar. Me gustaban tanto que después de comerme el chocolate estiraba y guardaba cuidadosamente el envoltorio como si se tratase de una valiosa acuñación para coleccionistas.

Reconozco que me fastidia enterarme ahora de que Richard Branson y Jeff Bezos han viajado al espacio cada uno en su cohete privado. Branson ascendió a 100 kilómetros de altura y estuvo allí durante algunos minutos; y luego le siguió Bezos, que permaneció algunos minutos más. Quizá sea una exageración, pero parece como que esto marca el paso de la exploración al turismo, de la aventura a la rutina. La carrera espacial, que nació como una lucha titánica entre dos formas de entender la economía y la libertad designadas por acrónimos (USA y CCCP), se ha convertido ahora en una competición entre marcas comerciales (Virgin Galactic y Blue Origin); entre dos empresarios, uno de los cuales, Branson, se hizo rico vendiendo un producto que ya apenas existe (discos de vinilo), y el otro, Bezos, vendiendo otro que a veces me temo que pronto dejará de existir (libros).

Como la plutofobia está todavía más extendida que la aporofobia, esto de que se trate de millonarios parece que es lo que más molesta, pero, ya puestos, a mí me irritan más los enchufados que iban con ellos solo porque eran amigos suyos. Me decepciona esta normalidad sin épica. Aunque la verdad es que fue así como siempre se imaginó la aventura espacial: como una empresa de diletantes. En el Viaje a la Luna de Verne la expedición la financia, por medio del crowdfunding, una asociación privada de aficionados a las armas (el Baltimore Gun Club); en Objetivo: la Luna todo lo paga la fortuna personal de Tintín, un periodista al que solo vemos escribir un artículo una vez en todas sus historietas. Que los viajes al espacio estuviesen reservados hasta ahora a funcionarios públicos y militares de alta graduación fue una peculiaridad del siglo XX y hay que reconocer que en sí mismo no tenía nada de especialmente poético.

Sí, yo también tengo la tentación de ridiculizar los viajes de Branson y Bezos; de decir que, después de todo, el espacio exterior no está a más de una hora en coche; que es como ir de Lugo y Viveiro; que al espacio exterior han viajado hasta monos y perros; que para experimentar el mareo de la ingravidez sale más barato tomarse unas cervezas metido en un jacuzzi… Pero sería falso. Lo cierto es que creo que, aunque sea por unos minutos, debe ser algo glorioso flotar en el océano del universo; poder contemplar la curvatura de la Tierra y continentes enteros como en un globo terráqueo; que debe ser un alivio poder abandonar este mundo sin tener que morirse. Sí, reconozco que lo que siento es envidia (y no digo «pura» ni «sana envidia» porque la envidia no suele ser ninguna de las dos cosas). Supongo que es todavía la rabia de que mis padres no me despertasen aquella madrugada de julio de 1969. Es el recuerdo del sabor dulce del chocolate de aquellas monedas: el de los sueños nunca cumplidos de aventura y exploración. Si Branson y Bezos han sentido algo así, haré un esfuerzo y me alegraré por ellos.

?