En teoría, faltan dos años para las elecciones generales y dos años en la política española son una eternidad. En teoría, pues, deberíamos estar en un tiempo de calma, sin tensiones ni luchas electorales. Pero ya vemos que eso en nuestro país es poco menos que imposible. Coges el periódico cualquier mañana y encuentras que seguimos en campaña, que nunca hemos dejado de estar en campaña. Ayer mismo lo que se podía leer era que Pablo Casado ya se ve como ganador de los futuros comicios, siente que toca el poder y parecía como si estuviese pensando en la decoración de la Moncloa. A otros líderes, empezando por quienes gobiernan, les ocurre lo mismo. Es como una enfermedad.
Estoy pensando que uno de los virus que provocan esa enfermedad es el virus demoscópico, con unos magníficos propagadores, que son los medios informativos. No hay semana que alguno de esos medios no publique una encuesta de intención de voto. El Centro de Investigaciones Sociológicas (el «CIS de Tezanos») publica regularmente un barómetro que mide también la intención de voto. Se pulsa la repercusión electoral de cada acontecimiento político. El indulto de los políticos catalanes, por ejemplo, no se analiza desde su impacto en la convivencia o en la solución del problema territorial, sino desde la perspectiva de su influencia en el electorado. Después, los políticos dicen que no leen o no creen las encuestas, pero parecen sus esclavos.
Se hacen tantos sondeos, que si alguien como un servidor no ha sido nunca entrevistado por el CIS, ni por Sondaxe, ni por Sigma 2, ni por GAD 3 o por el Estudio General de Medios, empieza a tener la sospecha de que no se hacen tantas entrevistas como se dice o siempre se pregunta a los mismos. Sin embargo, todas son muy profesionales y más o menos responden a una fotografía realista del momento. Digo del momento, porque la tendencia última, según parece, es decidir el voto en el último minuto. Pero da igual: la encuesta condiciona, lleva a multitud de personas a pensar que votar a determinado partido es tirar el voto (ese es el drama de Ciudadanos) y lleva a los políticos a pensar, hablar y actuar en clave electoral. Así nunca se alcanza el ideal de gobernar o hacer oposición de acuerdo con los intereses del país, sino de acuerdo con estrategias para ganar.
¿Estoy queriendo decir que se deben restringir esos trabajos demoscópicos? En absoluto: son instrumentos de lo más democrático. Son parte sustancial del gobierno de la opinión pública. Personalmente creo que, precisamente como gobierno de la opinión pública, sería más útil conocer qué piensa la sociedad del precio de la luz, de la reforma de las pensiones o de la reforma laboral. Pero temo lo peor: temo que, si solo se pregunta por eso y se le quita la magia del voto, nadie las publicaría. Este país está condenado a vivir en una eterna campaña electoral.
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