María Pedreda

21 jul 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Sería una crónica larga, de guerra enconada, de jornadas sin freno. Sería una crónica amarga con olor a pólvora con olor a muerte. Sería. Pero yo quiero que sea un pañuelo de sudor a esperanza convertido en bandera blanca, en abrazo de hermanos, en heridas que el viento se lleve.

Ahora, sí. Ahora mi crónica cobra sentido. Se asienta en pilares sólidos, en arquitectura que comprende la realidad de la historia. Aún, cuando ésta se pretenda manipular ocultando los hechos o silenciando abiertamente su realidad.

Van pasando una a una las decenas y estamos en la quinta en pleno meridiano. Cuarenta años de oscurantismo manifiesto y de predominio monocolor, han dado paso a una transición que supera con creces el mismo guarismo, y hay frentes todavía levantados. Y hay «aguerridos» predicadores de la mentira manifiesta, de la negación de una realidad reconocida por todas las democracias y por todos los historiadores del mundo que no miren la historia con la lupa del oscurantismo.

No habrá medio que se haga eco hoy y muchos más días que en tertulias, informativos, reflexiones, foros, encuentros, ponencias… no se haga eco de esta ley que se pierde en las sombras del tiempo y que, por fin, verá luz en esta transición que se alarga indefinidamente en el tiempo sin tajar de forma clara y contundente hechos vitales para la convivencia presente y para construir un futuro de entendimiento, paz y concordia.

No me resisto a que nadie se apodere de la historia como una moneda propia de cambio sin acordar dialogada y serenamente su precio. El precio fue muy alto. Tras una fecha (18 julio 1936) la situación tiene un coste de vidas humanas que se fueron al más allá. Pero no se queda ahí. Otras, los que siguieron pisando esta tierra de unos y arrebatada al resto, continuaron viviendo la orfandad, el desprecio, la humillación e, incluso, la pobreza material.

Sí, pobreza material, porque la del espíritu, la del ser humano, la que nos diferencia de las bestias del campo nunca, nunca se la pudieron pisotear.   Perdidos en los soflamas de siempre y en el agarrarse al pesebre, «vegetan» poniendo tablones a las ruedas de la historia para que ésta no avance por sus líneas o dibujen en los libros de texto crónicas atemporales o hechos de pura ficción.

Señores de la oposición, cuando esta ley sea aprobada por el gobierno y llevada al congreso para su rectificación, sean valientes y alimenten en sus graneros siquiera un átomo de generosidad y concordia. Será para el bien de todos. Sí, de todos, también para los suyos y de las generaciones que estén por vivir bajo la misma bandera toja y gualda. Que no lo olviden es de todos, mientras todos sin rencores ni luchas fratricidas nos lancemos a la batalla por otra bandera tricolor.

Esta breve reflexión, responde a mi formación en geografía e historia, a la larga vida oteando las dos orillas y desde el respeto a los que dieron su vida porque la democracia en esta tierra de todos haya llegado de verdad. Concordia os pido. Sed generosos. Compartid con los otros lo que un día les arrebatasteis y durante tiempo les estáis negando su memoria.