Escribo estas letras abrumado por los titulares de los periódicos y los informativos del viernes, 9 de julio, cuyo denominador común era que Sánchez I el Magnánimo, con una frialdad más propia de una faca bandolera que de un líder continental, trituró y puso a los pies de los caballos al ministro Garzón, que un día antes se había dirigido a los españoles para aconsejarnos que no comiésemos carne, para evitar que el constante crecimiento del ganado vacuno ponga en peligro -a base de sonoras flatulencias- la supervivencia del planeta. Todo el mundo da por descontado que el nombre de Garzón ya está escrito en la tenebrosa lista de los caídos en una inminente remodelación, y que su salida será equiparable a la de Iglesias, si no en las causas y las formas, sí en el hecho de poner fin a una carrera política tan asombrosa que le permitió llegar al Consejo de Ministros sin haber ganado ninguna elección, sin decir más que simplezas, y habitando siempre en la zona oscura de la dramática transición desde el Partido Comunista de España a la nada, pasando por la instrumental y confusa formación de Izquierda Unida, que valió para todo y para nada.
La letra pequeña dice que Sánchez se deshizo de él, de forma crudelísima (la gramática de Miranda Podadera, que se estudiaba en el seminario, admitía la forma crudelérrima, que a mí me gustaba mucho, pero a la RAE le parece un cultismo inadecuado) con una frase simplísima y mal compuesta - «A mí, donde me pongan un chuletón al punto, eso es imbatible»- que le da mayor dramatismo, si cabe, al derrumbe de Garzón. Pero yo -que hice un máster sobre sanchismo y otro sobre garzonismo- creo que esa interpretación es un mal enfoque, o una imperdonable ignorancia, de lo que realmente sucedió entre el presidente magnánimo y el ministro desconocido. ¡Qué idea, madre!, hacer un monumento al ministro desconocido, con llama eterna incluida, para recordar esta etapa de castelles, duques y garzones que van a pasar del ser a la nada -recuerden el intento metafísico de Sartre- en menos que canta un gallo.
Lo que de verdad sucedió es que Sánchez le hizo un inmenso favor a Garzón al sustituir las causas reales de su cese -ser el ministro más inútil, caro, invisible, desnortado, carente de ideas y de conocimiento del medio que tuvo España desde Leovigildo hasta hoy-, para disimularlo con la crisis del chuletón, que, aunque suene a puro infantilismo intelectual y político, también puede elevarse al nivel de una visión ecologista, radical y posmoderna del mundo, que nos hará a todos veganos, a las vacas una especie en peligro de extinción, y al planeta un anaquiño de big ban eternamente sostenible.
Sera el mayor tesoro que se lleve Garzón de la Moncloa. Poder contarles a sus nietos que fue ministro de España en la era progresista, y que lo cesaron por su valiente posicionamiento en la crisis del chuletón, en vez de tener que explicarles que lo cesaron por inútil, irrelevante y presumido. Y todo gracias a la magnanimidad de Sánchez. ¡Increíble!
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